Recordando el Avivamiento del ’33: la Puertorriqueñidad de la Iglesia

 “porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios”. (Hechos 5:38-39)

Por: Dr. Juan R. Mejías Ortiz

Introducción

          El Avivamiento de 1933 es un tema central en el estudio de la historia de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico. A partir de esta hermosa visitación de Dios a su pueblo nuestra iglesia ha sido una totalmente diferente. A poco más de ochenta años de su surgimiento, este extraordinario hecho del Espíritu de Jesús sigue teniendo un impacto trascendental en el devenir eclesial, en la celebración litúrgica, en el crecimiento espiritual, en la afirmación kerigmática, en el testimonio diaconal y en la unión sacramental de la denominación. Y es que, el Avivamiento devela lo mejor de nuestra identidad eclesial, nuestra puertorriqueñidad.

          Las historias que oí desde niño sobre el evento, contada por aquellos que fueron testigos de los sucesos, enfatizan en el carácter carismático de las manifestaciones de los dones del Espíritu Santo. Por lo cual, siempre relacioné el Avivamiento con experiencias de voz profética, manifestaciones de lenguas, conversiones, exorcismos, curaciones, resucitaciones, y una diversidad de dones y expresiones carismáticas. La descripción másavivamiento exacta de estos eventos las recoge el título del libro que cayó en manos del comerciante bayámones Don Lolo Castro, Nunca podrá decirse la mitad, que narra las experiencias de un evento similar en la calle Fulton en Nueva York a mediados del siglo XIX. Es un deber apuntar que los orígenes de los Discípulos de Cristo se relacionan con experiencias de avivamiento. Por ejemplo, el pastor Barton W. Stone, padre de la denominación, fungió como uno de los líderes prominentes del Segundo Gran Avivamiento o Gran Despertar a comienzos del siglo XIX, participando activamente en los campamentos de reuniones en Cane Ridge, en el Condado de Bourbon, Kentucky, Estados Unidos.

          Al igual que el avivamiento en la calle Fulton en Nueva York, nuestros padres y madres entre ellos los hermanos Obdulia “Yuya” y Norberto Rivera, la hna. Ester Guardiola, hermanas Petra, Fonsa, Tunta, Ignacia, Ester y Moñín Santana, el hno. Mario Rivera, la hna. Tita Díaz, los pastores Apolonio y Consuelo Melecio, Julio Rivera, Juana Santana, Herminio Narváez, Florentino Santana, entre otros más, revivieron la dicha y fervor de Pentecostés narrada en el Nuevo Testamento.

            No obstante, y sin restarle los méritos a las experiencias carismáticas que estos hermanos y hermanas vivieron, es mi intención sostener que la mayor contribución del Avivamiento del ‘33 es el surgimiento de una iglesia autónoma, independiente y con un fortalecimiento de su identidad nacional: la puertorriqueñidad. En la actualidad la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) es una institución religiosa viva y dinámica de tradición profética comprometida con la salud y bienestar social, emocional y espiritual de nuestro país. La puertorriqueñidad de la “Iglesia Discípulos de Cristo” contemporánea y su estructura eclesiástica nativa encontraron su ontogénesis en el Avivamiento del ’33. Esta es la tesis que deseo presentar en este ensayo. El legado de mayor impacto del Avivamiento para la vida pasada, presente y futura de la iglesia es la misma iglesia.

          El desarrollo de los argumentos para la defensa de la tesis irá dirigido a demostrar, primeramente, que el contexto que rodeó el Avivamiento tiene su paralelo en las vivencias sociales, políticas y económicas del Puerto Rico de los primeros treinta años de siglo XX, sin ellos es imposible entender el suceso. Segundo que el impacto de la manifestación de la gracia de Dios por medio del Espíritu Santo hizo que la iglesia nativa siguiera transitando por un camino y alcanzara la consumación de una visión y unos propósitos que el resto del país no ha podido lograr. El argumento más simple para entender esta afirmación se recoge de las palabras del maestro Gamaliel “si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir” (Hch. 5:38-39). No obstante, comenzaremos el análisis con el contexto sociocultural del Puerto Rico a comienzos del siglo XX.

 Contexto sociopolítico de Puerto Rico: 1898-1930

            Tras la invasión norteamericana del 1898, el proceso de colonización incluyó la imposición del idioma en el sistema de instrucción pública y la extensión del protestantismo, religión oficial del imperialismo. Transcurrido varios años, el proyecto de aculturación comienza ha experimentar crisis en la isla lo que representa un reto para la Iglesia protestante naciente. Conforme a Samuel Silva Gotay[1], los dos parámetros que activaron la dimensión política del protestantismo evangélico en la isla fueron la actividad política, militar y económica de la metrópolis y las reacciones e iniciativas locales frente a esa realidad. El gobierno militar norteamericano había creado las condiciones para la explotación económica de la colonia. De esa intención económica, surge el proceso de monopolización de las tierras y haciendas azucareras y el control de las centrales e instituciones financieras del país, debilitando los sectores de la clase dominante de hacendados y comerciantes puertorriqueños que dirigían la política local[2].

          La respuesta o consecuencia directa de esta realidad fue el crecimiento del sentimiento independentista local. Por ejemplo, en 1913 el presidente de la Cámara de Representantes de Puerto Rico, José de Diego logró que el partido de gobierno, el Partido Unión, diera prioridad a la independencia como opción política.

            La Iglesia, ante la realidad política, respondió desde su nivel de desarrollo teológico e ideológico y desde su condición de institución controlada por los misioneros representantes del invasor. Aunque el sentimiento nacional crecía en el país, en el seno de la iglesia protestante la situación era totalmente contraria. La imposición ideológica de los misioneros y el control total de la iglesia imposibilitaba el desarrollo de pastores y pastoras cuyas conciencias se movieran hacia el independentismo. Los pocos pastores nativos estaban literalmente sometidos a una rigurosa supervisión por parte de los misioneros, quienes controlaban el quehacer teológico y el sostenimiento financiero de la iglesia. Mientras que en el resto del país continuaba una creciente afirmación de la puertorriqueñidad, la iglesia, controlada por los misioneros protestantes norteamericanos, intensificaba la americanización en el corazón mismo de su estructura eclesial. Aunque surgieron voces disidentes dentro de la iglesia como el Rvdo. Elpidio de Mier, que alcanzó una posición de liderazgo en el Partido Nacionalista en 1922, la realidad fue que los misioneros controlaron patriarcalmente el desarrollo de la vida de la iglesia. Comenta Silva Gotay, que el hecho de que las finanzas estaban en manos de los misioneros hacía muy difícil la disidencia de los pastores, evangelistas, seminaristas y obreros.

            Al finalizar los primeros treinta años del s.XX las condiciones de vida de los puertorriqueños eran precarias. El azote del huracán San Felipe en 1928, los estragos de la Gran Depresión de 1929, y la devastación causada por el huracán San Cipriano en 1932 propiciaron el debilitamiento de la industria azucarera principal eje del modelo económico del país. Comentan María de los Ángeles Castro Arroyo y María Dolores Luque[3] que durante los primeros años de la crisis de los treinta el ingreso per cápita descendió de modo alarmante, de unos $122 en 1930 a unos $86 en 1933. Sostienen las historiadoras que en esos años las condiciones favorecieron para que el Partido Nacionalista lograra un arraigo mayor entre la ciudadanía, lo que añadió una nueva dimensión al panorama sociopolítico de la isla. En esos años, con el debilitamiento del Partido Republicano, se recupera el sentimiento a favor de la independencia del movimiento obrero como fuerza militante y revolucionaria antiimperialista y la afirmación de la nacionalidad[4]. La crisis del treinta creó el panorama propicio para el crecimiento y auge del Partido Nacionalista quienes, formado por profesionales e intelectuales locales, se revelaron ante la indiferencia del Congreso de los Estados Unidos para resolver el estatus político de la Isla y la renuencia a considerar la idea de conceder un mayor grado de autonomía al gobierno local[5].

El Avivamiento

            Las condiciones sociopolíticas por las que atravesaba el país en este periodo histórico propició el surgimiento del escenario ideal para el fortalecimiento de la identidad puertorriqueña en la vida de la iglesia en Puerto Rico. Cometa Silva Gotay,

«El impacto de estas nuevas condiciones será vital para el desarrollo de un sector protestante consciente de su puertorriqueñidad, desde los intereses puertorriqueños y capaz de separar la fe del ropaje cultural en que vino mediada por la ocupación.»

A tales afirmaciones unimos las palabras del historiador eclesiástico Rvdo. Joaquín Vargas, cuando señala que,

«Como secuela de la situación de ansiedad y desasosiego que vivía el pueblo de Puerto Rico, según ha sido descrita antes, habiéndose perdido toda esperanza de que la problemática existencial que les agobiaba encontrara solución en el plano horizontal de la dimensión terrenal, un grupo de hermanos al principio pequeño pero que luego fue creciendo y extendiéndose, comenzó a hurgar en la dimensión vertical, tocando las puertas del Cielo en confesión de pecado y en busca de reconciliación con Dios. Es entonces que irrumpe, a comienzos del año 1933, un avivamiento en Bayamón que con rapidez se extendió a prácticamente todas las iglesias.»[6]

          Cabe preguntar, ¿Qué es el Avivamiento del 1933?, ¿Cuáles fueron sus inicios? En el ocaso de 1932, en medio de los desaires de crisis económica y turbulencia política, una persona ebria en busca de algún sustento le vende al comerciante Lolo Castro unos libros. Al curiosear entre los textos le llamo la atención el título de uno de ellos, Nunca podrá decirse la mitad. El libro narraba algunas de las experiencias acontecidas en un avivamiento ocurrido en la ciudad de Nueva York entre 1857-1860.

            Don Lolo Castro, inspirado por las narraciones del libro y obligado por la inestabilidad económica del país, invitó a varios hermanos y hermanas a reunirse al mediodía para orar y buscar la presencia de Dios. De esta manera, en diciembre de 1932 comenzó un grupo pequeño de fieles a reunirse para orar juntos en la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) ubicada en la Calle Comerio en Bayamón.

            La persistencia en la oración, la sencillez de corazón y la unanimidad en pensamiento y propósito provocaron una respuesta clara y diáfana de parte de Dios. Para inicios de 1933 el grupo comenzó a experimentar de una manera sinigual la presencia de Espíritu Santo en la iglesia. La visitación del Espíritu de Jesús fomentó un despertar o fervor religioso, acompañado por expresiones de arrepentimiento, confesión del señorío de Cristo y la presencia de los dones del Espíritu.[7]

          La experiencia de consagración espiritual comenzada por Don Lolo Castro, Doña Ezequiela Román y el pastor Florentino Santana en la Iglesia de la Calle Comerio en Bayamón siguió creciendo hasta arropar la Convención de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico, trayendo a la vida de las congregaciones, una explosión de experiencias carismáticas nunca vistas en las denominaciones tradicionales locales. El Avivamiento, conforme a Vargas Mejías, fue una experiencia de redención, en la cual se llamaba al arrepentimiento con gran énfasis en la consagración. Aunque existieron fenómenos que no fueron atendidos correctamente y se cometieron errores, dando mano suelta al producto del emocionalismo extremo y de la creatividad irracional, lo cierto es que el Avivamiento del ’33 es una piedra angular de la historia de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico.

          Para defensa de la tesis propuesta, llegamos al punto clave. Aunque ciertamente la realidad económica del país obligó a la Junta Misionera en Indianápolis a retirar a la mayoría de los misioneros, la centralidad del liderazgo y de las decisiones trascendentales estaba en manos de los norteamericanos Vere C. Carpenter y C. Manly Morton. La situación de la iglesia, como se ha mencionado anteriormente, distaba del auge por lo nacional y local imperante en el sentir en la sociedad puertorriqueña de la década del 20 y principios de los ’30. En general, nuestra iglesia continuaba siendo un apéndice de la iglesia en Indianápolis, gobernada por misioneros norteamericanos quienes controlaban las decisiones fiscales y presupuestarias, a tal grado que los pastores, que eran avalados y nombrados por ellos, tenían que someterse muchas veces a sus juicios y consideraciones. El Avivamiento cambió esta realidad.

          El Avivamiento del ’33 allanó el camino para el emerger de una iglesia autónoma, independiente, capaz de autogobernarse y autosostenerse. Al final del camino los misioneros rectificaron, reconociendo la presencia de Dios en los eventos reseñados. Aunque existieron y existen laicos y pastores que en lo secular profesan con gran devoción el anexionismo total del país a los Estados Unidos de América, la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico es una institución religiosa con autonomía propia, siendo una organización fiscal, jurídica y administrativamente independiente, con una afirmación nacional cada vez mayor. Esta acción solo se pudo lograr como consecuencia del operativo del Espíritu Santo, cosa muy maravillosa[8] en el seno de nuestra iglesia. Para fortalecer aún el argumento central de este ensayo, le invito analizar las interioridades de los eventos que surgieron como consecuencia del Avivamiento del ’33, lo cual nos dará las pistas que nos permitirán observar el emerger de nuestra iglesia nacional.

          El Avivamiento produjo un crecimiento congregacional sin precedentes en nuestra iglesia, de una membresía de 1780 personas en 1932 creció a un poco más de 5000 para el 1947. Sin embargo, una de las contribuciones más hermosas del Avivamiento y que se constituyó en base de los eventos porvenir fue la criollización de la liturgia, rompiendo así con los estilos de adoración y vida cúltica anglosajón importadas e impuestas por los misioneros. De ese despertar llegan a nuestros cultos los instrumentos del país junto con un emerger de hermosas composiciones himnológicas de las cuales se distinguen: Largo tiempo y siempre en vano yo buscaba goces para mi anhelante corazón de Guillo Claudio; Do quieran haya almas reunidas y Es tiempo de que alabemos a Dios de Moncho Díaz; De camino ya viene mi buen Salvador y He dado mi vida por Cristo de Lauro Castro; Hay vida, hay vida en Jesús, OH Juventud cristiana, ve adelante y Se acerca el día glorioso de Leo Torres; y El que habita al abrigo de Dios de Rafael Cuna. El Avivamiento logró despertar en nuestras iglesias un sentido de afirmación nacional y de identificación cultural que había arropado políticamente al país en la década del ’20.

          La reacción de los misioneros norteamericanos no se hizo esperar, el conflicto apenas comenzaba. En la celebración del descubrimiento de América del 1934, el misionero Rvdo. Morton, quien junto a Rvdo. Carpenter se oponían al movimiento de avivamiento criollista, escribió una carta a Miss Lela E. Taylor, Secretaria Ejecutiva para América Latina y el Caribe del Departamento de Misiones de la Iglesia en Indianápolis, tales efectos Morton manifiesta:

«La dirección de la obra fue puesta en manos de la Misión Puertorriqueña cuando usted vino para acá. Ello se hizo porque todos creíamos que era esa la mejor forma de manejar la situación… Según mi interpretación, la agencia local, cualquiera que sea, es sólo una agencia de las iglesias del norte, siendo estas representadas por la United Christian Missionary Society… usted recordará que yo fui de los que con más fervor se expresaron a favor del presente sistema. Creía que hacia lo correcto. Estaba sinceramente laborando por el bien del Reino, según lo veía entonces. Confieso ahora que estaba equivocado. No en cuanto al principio envuelto, pero sí en cuanto al momento. Esto ha fallado.»[9]

          En respuesta, la Iglesia en los Estados Unidos le envió a los misioneros una misiva fechada el 29 de octubre de 1934, en la cual sostenían que dado la realidad del uso de las propiedades de la iglesia anglosajona y del sostenimiento e inversión que estaban realizando «es tan sólo justo que la obra que se realice represente a aquéllos que han hecho posible el establecimientos y desarrollo de la mismas a través de los años.» La acción por detener el movimiento carismático local por parte de los misioneros los llevó a enviar por correo, la Nochebuena del 1934, una carta en donde se aduce que estaban «convencidos de que hay ciertas manifestaciones y tendencias en el movimiento las cuales no son sostenidas por una interpretación inteligente del Nuevo Testamento y que, de continuar las mismas no solamente destruirán lo bueno que hay en ese movimiento, sino que conducirán hacia una especie inferior de cristianismo en todo Puerto Rico». En la misiva se instó con aires de amenaza, típica del imperialismo, la firma de un documento titulado Declaración de Propósito. En el documento se le advertía a los pastores «la negativa suya a firmar esta declaración,…, se entenderá como una declaración de la intención de no continuar trabajando con los Discípulos de Cristo, y como su renuncia oficial al ministerio de los Discípulos de Cristo.»

          El 28 de diciembre del mismo año, 18 de los 21 pastores nativos decidieron enfrentarse abiertamente a los misioneros y luchar por la continuidad de la obra evangelística, pero desde una perspectiva puertorriqueñista y de afirmación nacional. La lucha continuó, cerraron templos, hubo intento de suspender y cambiar pastores, se amenazó con la discontinuidad del sostenimiento pastoral, se canceló la Convención anual, pero la marcha no daba atrás, la visitación prodigial del Espíritu Santo en la “Iglesia de la Calle Comerio” y luego en las demás congregaciones en el 1933 abrió los surcos para la plantación y el surgimiento de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico.

          Como resultado, las congregaciones poco a poco comenzaron a emular la iniciativa tomada por las iglesias de la “Calle Comerio” en 1937 y “la Central” en 1941, de declararse con sostenimiento pastoral propio rompiendo así la dependencia económica con la iglesia del norte en Indianápolis. Aunque ciertamente la autonomía administrativa, jurídica y fiscal total de la Iglesia en Puerto Rico tardó unos años más, en especial con la Resolución de Morovis de 1948, más tarde con la Constitución de 1954 y la Nueva Constitución de 1963 y sus posteriores enmiendas en 1974 y 1985, la realidad es que fue el Avivamiento del 1933 quien abrió las puertas para la nacionalización de la iglesia y la afirmación de nuestra puertorriqueñidad a través de las actividades cúlticas organizadas y efectuadas con un matiz criollista, que llevó a la denominación a un crecimiento congregacional en décadas posteriores y establecerse como una de las iglesias tradicionales de mayor impacto sociocultural en Puerto Rico.

          Hoy como Iglesia autónoma y autosustentable mantenemos una relación de hermandad con la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en los Estados Unidos, así como en otras localidades a nivel internacional.

Conclusión

            La tesis principal del ensayo radica en el hecho de que en la década de 1920 y comienzos del 1930 nuestro país experimentó el mayor fervor nacionalista y de identidad nacional puertorriqueña con miras reales hacia la libre determinación política, jurídica, económica y social en su historia. Sin embargo, la victoria de la Coalición Unión Republicana-Socialista del 1932, las victorias electorales del autonomismo dirigido por Luís Muñoz Marín en la década de 1940 y finalmente la creación del Estado Libre Asociado en 1952 eclipsaron el ideal y el sentimiento nacional mayoritario en el país quedó relegado a una pequeña porción de la población. Por su parte, la “Iglesia Discípulos”, que en sus orígenes dependía mayoritariamente del impulso, aval y sostenimiento de los misioneros norteamericanos, cambió su ruta inspirada por la manifestación maravillosa de los hechos del Espíritu Santo en 1933.

          A partir del Avivamiento nuestra iglesia fue otra, emergió como una iglesia puertorriqueña, pastoreada por puertorriqueños atendiendo las necesidades de una comunidad puertorriqueña. Aún más desde esa puertorriqueñidad traza lazos de hermandad comunitaria con otros pueblos en el Caribe y América Latina. De ahí, el discipulosimpulso y apoyo indeleble de las misiones. Desde ese momento, en unas instancias más que en otras, nuestra iglesia se ha convertido en una voz profética que señala las injusticias que mancillan la dignidad humana, propicia un diálogo interreligioso y ecuménico en miras al fortalecimiento y extensión de los valores del Reino de los Cielos con un matiz criollista de énfasis nacional, tal y como se narra en el libro de los Hechos de los Apóstoles en el Nuevo Testamento.

            Largo camino nos queda como iglesia, enfrentamos nuevos retos y mayores desafíos en una sociedad postmoderna que de alguna manera son como ovejas que no tienen pastor (Mt. 9:36). El recuerdo del Avivamiento del ’33 guardado en la memoria de la iglesia nos obliga a recobrar nuestro sitial en la sociedad puertorriqueña del siglo XXI. Puerto Rico necesita oír nuevamente la voz profética que anuncia la justicia de Dios y la proclamación de las buenas nuevas de salvación. Hoy más que nunca, ante los nuevos desafíos sociales, políticos, económicos, culturales y sobretodo espirituales, muchos de ellos parecidos a los acontecidos en las décadas del 20 y del 30, necesitamos una nueva visitación del Espíritu Santo. Oremos para que en nuestras congregaciones Dios levante mujeres y hombres como Don Lolo Castro dispuestos a buscar su rostro para que las próximas generaciones puedan decir de nosotros Nunca podrá decirse la mitad.

[1] Samuel Silva Gotay, Protestantismo y política en Puerto Rico 1898-1930, 2da ed. (Río Piedras: Editorial UPR, 1998), 330.

[2] Ibid. 330

[3] María de los Ángeles Castro Arroyo y María Dolores Luque de Sánchez, Puerto Rico en su historia. El rescate de la memoria. (Río Piedras: Editorial Biblioteca, 2001), 349.

[4] Silva Gotay. 363

[5] Castro Arroyo y Luque de Sánchez. 351-352.

[6] Joaquín Vargas, Los Discípulos de Cristo en Puerto Rico. Albores, crecimientos y madurez de un peregrinar de fe, constancia y esperanza 1899-1987, 2da ed. (Miami, Fl: ICDCPR, 2008), 91.

[7] Para más detalles se recomienda la lectura del libro, Krenly Cruz, Historia del Avivamiento del ’33 de los Discípulos de Cristo en Puerto Rico. (Colombia: Editorial Buena Semilla, 2003).

[8] Palabras del Rvdo. Florentino Santana en la década de 1950, citado por el historiador Joaquín Vargas Mejias en la p.74-75.

[9] Vargas, 87.