Pastor Dr. Juan R. Mejías Ortiz
La Última Palabra de Dios: Escatología como esperanza que encuentra fundamento y validez en la crucifixión y resurrección de Jesús de Nazaret
Juan Ramón Mejías Ortiz
Introducción
Al hablar de la “escatología” la mayoría de las personas relacionan el término con el final de los tiempos. De hecho, es común que los diccionarios definan el término como “la doctrina de las últimas cosas”. Esto es entendible debido a que la palabra que tenemos de frente encuentra su raíz etimológica en los vocablos griegos “eschata” que precisamente puede traducirse como “las últimas cosas” y “logos” que significa estudio. De ahí la definición clásica. Desde esta perspectiva, se le asigna a la escatología la función del estudio de los temas: muerte, vida eterna, segunda venida de Cristo, resurrección de los muertos, juicio final, entre otros. No hay duda de que esta visión tradicional ha prevalecido en la mente de la mayoría de los cristianos.
Para efectos del análisis que vamos a seguir en este ensayo nos parece que esta mirada limita la comprensión de la escatología como asunto medular de la teología cristiana. En primer lugar, dicha comprensión nos expone ante el peligro de caer en un discurso teológico cuyo énfasis subraya en el individualismo. Desde este limitado lente lo esencial para algunos creyentes solo apunta en alcanzar la salvación individual, aunque ello signifique una desconexión de las realidades que experimentan nuestros pueblos. De hecho, otros simplemente se disocian de la invitación evangélica de lograr una sociedad más justa amparándose en el concepto de la “transitoriedad de este mundo”. Estas ideas se fundamentan en una lectura vaga de algunos textos bíblicos. Por ejemplo, el editor de 1 Pedro llama a los lectores “extranjeros y peregrinos en este mundo” (1Pe 2.11). Por su parte, la tradición paulina es insistente en dejar saber a las iglesias que los creyentes somos “ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador” (Flp 3.20). El peligro de esta interpretación es el protagonismo de un entendimiento espiritualista que relega a un segundo plano la transformación del mundo actual. Paulatinamente el planteamiento tradicional de la escatología pone mayor atención en el “más allá” que en los asuntos de justicia en el “más acá”. Así que para una gran mayoría de cristianos es más importante “alcanzar la salvación individual” que transformar el mundo presente a la luz de los valores del reino de Dios. Tristemente queda marginada la invitación de Jesús de Nazaret para vivir la alegría del evangelio aquí y ahora. De esta manera ocurre una escisión entre escatología y esperanza.
¿Qué entendemos por escatología?
El fundamento de la escatología es la esperanza. Esta es la tesis principal de este ensayo. La escatología entendida como esperanza encuentra su fundamento y validez en la crucifixión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Esta consideración nos obliga a volver a Jesús para examinar con cuidado el contenido de su mensaje, sus acciones y los motivos de los conflictos que tuvo con la élite religiosa y política de su época. La crucifixión como un evento histórico nos obliga a buscar respuestas a las preguntas: ¿Quién fue crucificado?, ¿Por qué fue sentenciado a muerte? Esto es importante para nuestro tema ya que Jesús de Nazaret colocó en el centro de su predicación el asunto escatológico mediante la propuesta utópica del reino o reinado de Dios. Examinar los textos bíblicos que narran la muerte de Jesús permiten descubrir cómo la angustia de la cruz alcanza alivio precisamente en la visión escatológica cuyo fundamento es la esperanza. Asimismo, nos van a salvaguardar de una reflexión que mistifique la muerte de Jesús. Finalmente, y para propósitos nuestros, la resurrección como un asunto reivindicatorio no solo nos hace mirar al pasado ante la pregunta ¿A quién Dios levantó de entre los muertos?; sino también al presente, ¿Cómo el anuncio de la resurrección de Jesús le da dirección tanto a la antropología cristiana como a la escatología cristiana?; y principalmente al futuro, ¿Cómo ambas preguntas apuntan a la esperanza como el asunto vital de la escatología cristiana?
Las próximas líneas argumentativas evidenciarán que hemos resuelto alejarnos de la definición clásica de “escatología”. Aquí nos arriesgamos a seguir el camino trazado por el teólogo Josep Gimenez cuando define la escatología como “discurso último” (éschatos lógos). Es decir, y en palabras de Gimenez, la “última palabra” [1] que se pronuncia en y sobre la historia, la humanidad y las luchas de los pueblos. Entonces más que preguntarnos si existe la “última palabra”, la interrogante a la que intentaremos reaccionar es: ¿En quién reside esa última palabra cuando vivimos en un mundo acosado por tantos discursos? Con el propósito de encontrar pistas en este ejercicio reflexivo es necesario indagar acerca de la escatología en la predicación de Jesús de Nazaret.
El reino de Dios en la escatología de Jesús de Nazaret
La fe cristiana emana del kerigma cristiano. En otras palabras, desde el momento en que la iglesia comienza a anunciar la llegada del tiempo escatológico, gracias a la obra salvífica de Dios por medio de la muerte y resurrección de Cristo Jesús, surge la fe cristiana. Entender esa fe exige una mirada exhaustiva a la persona de Jesús de Nazaret y su predicación. Por tal motivo, en este espacio reflexionaremos sucintamente acerca del lugar del tema del reino o reinado de Dios en la escatología de Jesús.
El predicador de Galilea fue dibujando las líneas teológicas para entender la escatología como esperanza. Su predicación relaciona el reino de los cielos con la defensa y cuidado de las víctimas. El Abba amoroso de Jesús suscita un nuevo orden en dónde los pobres reciben el favor divino. De esta manera ellos son considerados como personas felices.
“Dichosos ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece. Dichosos ustedes que ahora pasan hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes que ahora lloran, porque luego habrán de reír.” (Lc 6.20-21)
A pesar de los avances en la investigación bíblica todavía existen muchas personas a quienes se les dificulta saber que Jesús de Nazaret nunca se predicó así mismo, al menos en los evangelios sinópticos (Mr, Mt, Lc). Al repasar las páginas de estos tres documentos usted se dará cuenta de que en el centro de la predicación de Jesús está ubicada la propuesta utópica del reino o reinado de Dios. Las aportaciones de la investigación histórico-crítica identifican al libro de Marcos (68-73 d.C.) como el primero en abrazar el género literario de evangelio con el objetivo de dar a conocer a los lectores el ministerio, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús. Las primeras palabras que el evangelista pone en labios del Maestro son: “Se ha cumplido el tiempo -decía-. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!” (Mr 1.15).
Es evidente que desde el comienzo de su ministerio el concepto del reino de Dios fue central en la enseñanza de Jesús. Pero, hay que tener cuidado ya que él no fue el único que predicó sobre este tema. De hecho, un personaje contemporáneo suyo y con quien de seguro se relacionó, Juan el bautista, invitaba a Israel a esperar en la venidera intervención de Dios. Juan veía la intervención de Dios desde una visión futurista. Jesús se ubicó en un plano distinto. Recorriendo las comunidades en Galilea dejaba saber que con la cercanía del reino de Dios también adviene el tiempo escatológico cuyo signo primario es la esperanza. Por ejemplo, en la mención de la boda escatológica en Marcos 2.18-22 Jesús deja ver con claridad que el reino nos trae un “vino nuevo que se echa en odres nuevos”.
Pero ¿qué debemos de entender por el “reino de Dios”? De acuerdo con el biblista alemán Rudolf Bultmann el concepto significa la acción única de Dios que pone fin al rumbo de este mundo gobernado por todo aquello que se opone a su plan salvífico.[2] Es decir, el reino es un signo de esperanza y de salvación para el pueblo de Dios. Por otra parte, es un signo que se opone al anti-reino que privilegia a las élites de este mundo ubicadas en el centro de poder. Insiste Bultmann en señalar que la irrupción del reino es un asunto maravilloso resultado de la intervención de Dios; es un milagro que ocurre sin la mediación humana.[3] Es fácil detectar en los evangelios la idea de que el reino implica que Dios está estableciendo una nueva realidad en dónde se subvierte el poder dominante: “Pero muchos de los primeros serán últimos, y los últimos, primeros” (Mr 10.31). Para Jesús esto se traduce en gozo.
“Volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: ¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven!” (Lc 10.23)
Los milagros, los exorcismos y las enseñanzas éticas son parte indisoluble del mensaje de Jesús, por ende, signos irrefutables de la presencia del reino de Dios desde ya. Ante la pregunta del Bautista, ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otros? (Lc 7.19) Jesús responde:
“Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas” (Lc 7.22)
Claramente significa esperanza, última palabra. Hasta aquí lo que hemos intentado demostrar es que la predicación del reino de los cielos implica para Jesús que Dios está aquí y tiene la última palabra. Claro está, para él esto no significa que el reino ya ha llegado en su totalidad, sino que está irrumpiendo. Así que tenemos de frente una paradoja teológica en su predicación. Esto quiere decir que el reino está presente ya, pero todavía no se realiza su consumación definitiva. Esta ocurrirá al final de los tiempos como narran los escritos apocalípticos del Nuevo Testamento, pero esto no inhibe que hoy experimentemos su fuerza salvífica.
Para concluir este espacio resumo las ideas expuestas. Primero, nos recuerda Joachim Jeremías que Jesús entendía el reino de Dios escatológicamente como el designio de la llegada del tiempo de salvación, la consumación del mundo (anti-reino) y la restauración de la comunión destruida por la rebeldía humana. Dice J. Jeremías que el reino en labios de Jesús tiene una connotación escatológica que designa la revelación última y definitiva de la Gloria de Dios. [4] Dicho en palabras más simple es de Dios la última palabra, la esperanza. Segundo, el reino de Dios sale en auxilio de los grupos que sufren la marginación a manos de las élites poderosas que controlan la vida socioeconómica y política en este mundo. Esta última palabra representa condenación para quienes avalan las estructuras de opresión que causan tanta marginación, pero a la vez es esperanza para el pueblo sufriente. De ahí la vitalidad del concepto “evangelio”. En una ocasión Jesús dijo:
“En cambio sí expulso a los demonios por medios del Espíritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mt 12.28)
El grito de angustia desde la cruz como un signo de esperanza para la humanidad
No existe mejor lugar para entender la escatología de Jesús que no sea el evento de su crucifixión. En este espacio haremos el intento por relacionar el sufrimiento de Jesús en la cruz como el lugar principal para entender la escatología como un signo de esperanza. La idea central es que el grito de angustia de Jesús en la cruz culmina en un acto de total confianza en la pronto intervención divina. Desde la cruz, y en representación de las víctimas, el crucificado usa el último hálito de vida para entregar todo su ser en las manos de Dios. Así el grito de dolor y desamparo es transformado en un acto de plena de confianza que descansa en la bondad de Dios. De esta manera Jesús muere entregando su vida y futuro en las manos de su Padre.
Josep Gimenez señala con gran acierto que la teología inicia con el escándalo que supone el grito desgarrador de Jesús en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mr 15.34).[5] Ese grito de angustia es una cita directa del Salmo 22. Estas palabras encierran en ellas toda la debilidad humana. En el caso de Jesús pone al descubierto la fragilidad que enfrenta con dolor la agonía de la muerte. El salmista continúa expresando “¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; Y de noche, y no hay para mí reposo.” (Salmo 22.1b-2). Abiertamente el salmista expone su sentido de abandono por parte del Señor. El uso de estas palabras no significa exclusivamente la expresión de desesperación de un moribundo ante el dolor corporal y la agonía de la muerte. Jesús va mucho más allá. Con este grito no solo atiende su propio dolor, sino que también experimenta el gemir de las víctimas de este mundo. El cuerpo desfigurado de la cruz cargó con todo el dolor del pueblo marginado. De hecho, él mismo llega hasta el Calvario como una víctima marginada por todos. Es por eso por lo que los evangelios adjudican en él cumplimiento del cántico del Siervo sufriente de Isaías 53. El Siervo sufriente es una víctima tanto del sistema político como del sistema religioso. Peor, aún es víctima de nuestra indiferencia que sin vacilación escondimos de él el rostro (Is 53.3b). El sufrimiento de Jesús en la cruz hace mirar con profunda atención al pueblo, pero no a un pueblo genérico sino al pueblo crucificado.
El pueblo crucificado, en palabras de Ignacio Ellacuría, “es aquella inmensa colectividad oprimida por un orden social que beneficia a una minoría que domina mediante un complejo de factores eficaces y poderosos que deben estimarse como pecado”.[6] En la homilía del Domingo de Ramos de 1978 Monseñor Romero dijo:
“Sentimos en el Cristo de la Semana Santa con su cruz a cuestas, que es el pueblo que va cargando también su cruz. Sentimos en el Cristo de los brazos abiertos y crucificados, al pueblo crucificado pero que, desde Cristo, un pueblo que, crucificado y humillado, encuentra su esperanza”[7]
Evidentemente Monseñor Romero entendía la escatología cristiana como un signo de esperanza que anima al servicio del pueblo oprimido. Esto gracias a que junto a Jesús el pueblo crucificado puede lanzar su grito de angustia ante Dios sabiendo que será respondido. He aquí algo único en la escatología de Jesús, la esperanza no se desarraiga del dolor de quienes padecen a causa de la violencia. De esto ocurrir tendríamos en las manos una escatología que en palabras de Gimenez “ningunea a las víctimas”[8] Un sentido escatológico que camine en esa dirección se aleja de la teología de Jesús de Nazaret.
En Deuteronomio 21.23 la ley mosaica establece “cualquiera que es colgado de un árbol está bajo la maldición de Dios”. Jesús asume en su cuerpo la maldición para que el pueblo humillado y crucificado experimente la compasión sanadora de Dios. Es decir, logre vivir los signos de la esperanza. Precisamente, el escándalo de la cruz manifiesta la solidaridad con el pueblo que sufre. Jesús es la víctima que toma el lugar de las víctimas. Su grito de dolor, la imposibilidad de deshacerse de los clavos de la cruz y de silenciar la burla de sus verdugos representa la imposibilidad de quienes padecen injusticia a diario. Más directo, el pueblo crucificado. Sin lugar a duda el grito en la cruz es el grito de los pueblos flagelados, quienes con vigor claman: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Entonces cabe preguntar ¿Tendrán los discursos que provocan estas y otras formas de marginación en todo nuestro suelo caribeño y latinoamericano la “última palabra”? Obviamente no.
Josep Gimenez emplea el término “penúltima palabra” para dejar saber que nuestros discursos, miradas y decisiones son apenas palabras intermedias o, “en el mejor de los casos, penúltimas palabras, por muy graves y solemnes que puedan parecer.”[9] En muchos casos esa “penúltima palabra” produce insensibilidad hacia el sufrimiento del otro y de la otra y, peor aún, la invisibilidad de dicha acción. Si bien es cierto que Jesús repite las palabras del Salmo 22, en su agonía también lo es que asume su teología. El salmista finalmente pone su confianza en Dios:
“En ti confiaron nuestros padres; confiaron, y tú los libraste; a ti clamaron, y tú los salvaste; se apoyaron en ti, y no los defraudaste.” (Sal 22.4-5).
Esto no significa que Jesús minimice el sufrimiento humano. Todo lo contrario. Como hemos mencionado su grito de desesperación es nuestro grito. Pero su realidad no culmina con un quejido. Jesús usa sus últimas fuerzas para refugiarse en la ternura de Dios, “Entonces Jesús exclamó con fuerza: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” (Lc 23.46). Ni siquiera la proximidad de la muerte le arrebató la fuerza de la esperanza que busca amparo en la gracia del Dios Padre y Madre. Aquí tenemos algo totalmente sorpresivo. Jesús usa su último aliento de vida para buscar abrigo en la bondad de Dios. Así que ni la desesperanza, ni la muerte reinó sobre él. En la cruz supo encontrar en Dios palabras de esperanza. Comenta Gimenez “solo la Víctima por excelencia, la que recapitula todas las víctimas, es decir, Jesús clavado en la cruz, puede decir plena y creíblemente esta palabra”.[10] De esta manera Jesús es consciente del cumplimiento de la voluntad de Dios (Jn 19.30). Es por eso por lo que la cruz es un signo de esperanza. Sin embargo, todavía no es la última palabra definitiva de Dios. De igual manera, no lo es el grito desgarrador que junto a Jesús profiere el pueblo crucificado.
La resurrección como esperanza que reivindica a las víctimas
El clamor por justicia de las víctimas le ofrece un nuevo sentido de dirección a la escatología cristiana. Jesús predicó, en especial en el cuarto evangelio, que sólo quién ha pronunciado la “primera palabra” en la creación puede pronunciar la “última” en la nueva creación. Aquí el pecado subyace en la ilusión humana de pretender tener la “última palabra”. Nuevamente, solo Dios tiene la “última palabra”. Sería risible pensar que esta nueva dirección comience con el cadáver de Jesús en el sepulcro. Una situación así hubiese vaciado a la escatología de toda esperanza, ya que no haría sentido tener una “apertura del presente al futuro” con el triunfo definitivo de la muerte. Sin embargo, la escatología cristiana transita por otro camino.
En la primera predicación apostólica Pedro anuncia “A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos” (Hch 2.32). Hemos encontrado el fundamento de la escatología cristiana. La resurrección de Jesús es la “última palabra” de Dios. Para los cristianos la resurrección es el triunfo definitivo de la esperanza sobre la muerte que nos invita a vivir en Dios. Tal evento motiva al teólogo Jürgen Moltmann a conceptualizar la escatología como “doctrina acerca de la esperanza cristiana, la cual abarca tanto lo esperado como el mismo esperar vivificado por ello.” Para el teólogo alemán “el cristianismo es escatología; es esperanza, mirada y orientación hacia adelante, y es también, por ello mismo, apertura y transformación del presente.”[11] La resurrección de Jesús no es un evento separable de su crucifixión. Recordemos que él muere no siento dominado por la desesperación sino abrazando la esperanza que se puede recibir cuando se entrega todo el ser en las manos de Dios. Es decir, Jesús muere validando su predicación cuyo énfasis es la restauración decisiva de las víctimas por parte de Dios.
La resurrección le ofrece un nuevo giro a la fe cristiana, Dios tiene la “última palabra”, y esta abraza a la escatología como esperanza. Las “penúltimas palabras” de las clases privilegiadas responsables de la marginación de gran parte del planeta han llegado a su final. Dios ha respondido al grito de angustia de la cruz. El ejercicio por buscar refugio en Dios no queda invalidado. Todo lo contrario, Dios reivindica a Jesús delante de sus victimarios. Es por eso por lo que Dios “le otorgó el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2.9). Al haber cargado en él nuestras dolencias, es decir, nuestras luchas históricas, y al ser reivindicado por Dios mediante la resurrección, le hace cabeza de toda la creación y esperanza para los que sufren opresión.
Esto tiene implicaciones serías para toda la teología. En primer lugar, en el suceso de crucifixión-resurrección Dios demuestra estar de lado del pueblo crucificado, por tanto, en oposición de los opresores, a quienes invita al arrepentimiento y a la conversión. Supone que la escatología le da dirección a la eclesiología. Segundo, y quizás el más escandaloso para este mundo, la resurrección también reivindica al pueblo crucificado. Surge una nueva antropología cristiana que mira al pueblo oprimido como salvadores y libertadores al servicio de la Sagrada Palabra Encarnada que insiste en hacer reinar aquí y ahora la paz, la justicia, la solidaridad y el amor. Es decir, las víctimas aportan a la salvación del mundo como continuadores de la obra histórica de Jesús. Queda claro que el pueblo crucificado, en palabras de Ellacuría, “es víctima del pecado del mundo y también quien aporta salvación”.
De igual manera que Jesús en la cruz espera en Dios, el pueblo que sufre marginación lo hace. He aquí nuestra tesis. La muerte y resurrección de Jesús hace nacer la esperanza del pueblo de Dios. Nos dice Moltmann que “la esperanza cristiana es esperanza de resurrección” que se manifiesta en la fuerza con que la justicia se enfrenta al pecado, la vida a la muerte, la gloria al sufrimiento, y la paz al desgarramiento.[12] En síntesis, la crucifixión-resurrección válida la escatología como esperanza. De esta manera el pecado estructural es condenado, las élites dominantes pierden sus fuerzas, el anti-reino es enfrentado y Dios reivindica con gozo a su pueblo.
A modo de conclusión
La predicación cristiana, de acuerdo con Jürgen Moltmann, así como toda la existencia cristiana y de la iglesia tiene una orientación escatológica. Esa orientación solamente encuentra lugar en el rostro desfigurado de la cruz. Estoy consciente de que, en esta época dominada por el encanto ficticio que glorifica el éxito individual, que abraza el consumismo desmedido y que descansa en lo simple y banal, se le hace difícil encontrar la esperanza en el aparente “fracaso de la cruz”. Quienes piensan así se privan de entender que el amor gratuito de Dios nos ofrece una salvación que comienza a plasmarse aquí y ahora. Nos encontramos ante una salvación que nos invita a abrazar a un Dios Padre y Madre amoroso que cuida y sale en defensa de los pueblos oprimidos en este mundo. Es el Dios tierno de Jesús de Nazaret que invita a la persona marginada a lanzar un grito de angustia ante sus victimarios con la convicción de que será respondido con la fuerza del Espíritu de Verdad.
He aquí el fundamento de la escatología cristiana para el presente y el futuro: Dios sale en auxilio de los grupos marginados en este mundo. Es más, hago nuestras las palabras de Ignacio Ellacuría cuando señala que el pueblo crucificado es la continuación histórica de la vida y la muerte de Jesús.[13] De esta manera la escatología se presenta como esperanza. Pero no es cualquier signo de esperanza. Es la virtud teologal que nos invita a luchar contra cualquier acto de marginación. A fin de cuentas, es la fe de Jesús nos llama a esperar en la victoria de Dios sobre todo lo que simbolice muerte y opresión. Es el gozo de la salvación que nos toma de la mano para superar el individualismo que predica este mundo para continuar la obra de Jesús en favor del bien colectivo. Bien dice el salmista: “Jehová es el que hace justicia, y derecho a todos los que padecen violencia.” (Sal 103.6).
[1] Josep Gimenez, Lo último desde los últimos. Esbozos de esperanza y escatología cristianas, Editorial Sal Terrae, España, 2018, p. 31.
[2] Rudolf Bultmann, Teología del Nuevo Testamento, Ediciones Sígueme, Salamanca España, 2001, p.42
[3] Ibid.
[4] Joachim Jeremías, Teología del Nuevo Testamento Vol. I, Ediciones Sígueme, Salamanca, España, 2001, p.126.
[5] Gimenez, op. cit., p. 34.
[6] Ignacio Ellacuría, “El pueblo crucificado. Ensayo de soteriología histórica”, Revista Latinoamericana de Teología 18 (1989), UCA Editores, El Salvador, p. 318.
[7] Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Homilía 19 de marzo de 1978 http://www.sicsal.net/romero/homilias/A/780319.htm (accesado por última vez, 17/9/2022).
[8] Gimenez, op. cit., p.32
[9] Gimenez, op. cit., p.35.
[10] Ibid., p. 34.
[11] Jürgen Moltmann, Teología de la esperanza, Salamanca, España, Ediciones Sígueme, 1965.
[12] Moltmann, op. cit.
[13] Ellacuría, op. cit., p. 321.