La ética del Reino de Dios y los valores eclesiales a través del análisis exegético de Marcos 2:13-17

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UNA REFLEXIÓN ACERCA DE LA RELACIÓN ENTRE LA ÉTICA DEL REINO DE DIOS Y LOS VALORES ECLESIALES A TRAVÉS DEL ANALISIS EXEGÉTICO DE LA PERÍCOPA DEL LLAMAMIENTO DE LEVÍ EN MARCOS 2:13-17

(Sometida como requisito parcial para la aprobación de la Maestría en Divinidad del Seminario Evangélico de Puerto Rico)

Dr. Juan R. Mejías Ortiz

marzo de 2009

Introducción

          “Nunca mates la flor de la esperanza, cuando de la vida sólo quedan ruinas”. Con esta frase el cuentista puertorriqueño, Don Abelardo Díaz Alfaro, culmina La receta del Curioso. En este cuento se recoge la vivencia de cómo una mujer pobre, cuyo marido está muriendo (“yendo y viniéndose”) pone su último suspiro de esperanza en una receta de la botánica del pueblo. Ciertamente el cuentista nos inserta dramáticamente en la crudeza de la realidad cotidiana que enfrentan muchos hermanos y hermanas puertorriqueñas. Ante la penumbra desoladora del patético cuadro de pobreza, imposibilidad y desesperanza, inmersas en la narración, resuenan las palabras proféticas de Díaz Alfaro “Y musité esas palabras que afloran a nuestros labios cuando se nos cierran las veredas de la razón: Señora, tal vez, Dios es grande y pueda hacer mucho…” Son estas últimas palabras las que guiaran la reflexión en este ensayo “Dios es grande y puede hacer algo”. Ante la realidad socio cultural que experimenta nuestro suelo borincano, a las clases pobres y marginadas sólo les queda ubicarse en el umbral de la esperanza que les lleva a creer que Dios puede hacer algo.

          El ser humano que se enfrenta al dolor profuso, que resuena como temporal que amenaza el ser y polilla que erosiona la corteza de la esperanza, implora por la certeza de un lugar donde pueda guarecerse y experimentar la sublime paz divina. Es ante nuestra más debeladora fragilidad que irrumpen vivazmente las palabras de Jesús de Nazaret recogidas en el evangelio según San Marcos: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mr. 1:15). El reino de Dios y su justicia transforma las circunstancias y trae al escenario un denuedo de esperanza y posibilidad para el corazón abatido y cansado. Con la anunciación escatológica del Reino que se acerca, las palabras musitadas por el cuentista en medio de la incertidumbre toman un carácter profético para revelar buenas nuevas; sí, Dios es grande y puede hacer algo.

          Ante esta realidad resuena profundamente en mí ser y abre un espacio para la reflexión el lema empleado por nuestra Iglesia con motivo de la celebración de la Nonagésima Novena Convención Anual: “Una iglesia que se reafirma en sus valores eclesiales”. Una lectura cuidadosa de los documentos relacionados con la celebración de la actividad nos da a entender que por medio del lema, la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) en Puerto Rico deseó enfatizar que la Convención tenía como eje temático una recapitulación de los asuntos eclesiales sobresalientes discutidos en convenciones anteriores. Esta sistematización del estudio de temas eclesiales importantes para la denominación propició que un gran número de los participantes pensaran nuevamente acerca de los retos y desafíos que enfrenta la Iglesia en cada una de las áreas asignadas: confesión, identidad, servicio, vocación ministerial, mayordomía, educación cristiana y familia.[1] Sin embargo, al leer el lema en sí mismo, abre las puertas para que reflexione en torno a las siguientes preguntas: ¿cuándo la Iglesia se reafirma en los valores eclesiales automáticamente se reafirma en los valores del Reino que se acerca?, ¿los valores eclesiales y los valores del Reino de Dios pueden ser tomados automáticamente como iguales?, ¿los valores eclesiales se encuentran armoniosamente entrelazados con los valores del Reino de los Cielos?, ¿modela la Iglesia los valores del Reino de Dios o los suyos propios?

          El propósito de este ensayo va dirigido a presentar la reflexión del autor acerca de qué elementos tienen que incidir en la vida de la Iglesia para que sus valores eclesiales estén en sublime armonía con los valores del Reino que se acerca. Para esta reflexión haré uso de la perícopa marcana del llamamiento de Leví (Mr. 2: 13-17). A través del análisis exegético del relato marcano presentaré el desglose de los argumentos teniendo en consideración tres momentos significativos en mi experiencia de crecimiento, desarrollo y madurez espiritual. Integraré los argumentos valorativos que harán fluir la discusión principal en cuestión y el análisis exegético del pasaje de Mr. 2:13-17 vistos desde el lente de estos tres momentos ontológicamente esenciales en mi vida. El primero de ellos, tiene lugar junto a la orilla del lago. Desde allí, discutiré acerca de lo que implica vivir al margen de lo que se aspira, el sentir la bifurcación vocacional y la llegada del Reino. El segundo momento, tendrá como escenario una mesa junto al camino en donde la sublime voz del Maestro me invita a dejar los números y seguirle. Finalmente, me ubicaré, junto a la congregación que pastoreo en la actualidad, en la casa del publicano para escuchar de labios de Jesús que el Reino es en favor de los pequeños, de los enfermos y necesitados.

 

Junto a la orilla

          Comencemos con nuestro viaje reflexivo. El primer lugar al que hace referencia la perícopa de Mr 2:13-17 es junto a la orilla. En algunas ocasiones el ubicarse junto a la orilla es peligroso, ya que se puede experimentar momentos de confusión e incertidumbre. En la orilla nos pueden alcanzar sentimientos de frustración e imposibilidad que nos llevan a situarnos en el lugar contrario al que Dios nos llama. Mientras que la santa voz de Dios nos invita mar adentro, las asperezas de la vida nos enajenan y nos confinan a la orilla. Es ahí donde podemos ser vulnerables. Allí estuve yo, en la orilla, silentemente inmerso en mi dolor. Trascurrido tres años de matrimonio, mi esposa y yo decidimos visitar a los médicos debido a que no habíamos podido procrear hijos. Luego de múltiples pruebas y de un proceso doloroso, médicamente se nos diagnosticó que nunca podremos alcanzar el don de la familia propia. El dolor que esto representa para una pareja joven es mortal. El dolor y la angustia decidieron asolar nuestro hogar. Día a día parecíamos debilitarnos en esperanza y afirmación de fe. Fueron momentos difíciles en los cuales, de la iglesia sólo recibimos un mortal silencio. En más de una ocasión hermanos y hermanas se dedicaron a recordarnos injuriosamente nuestra situación y cómo ello nos desertificaba para comprender el sentir de aquellos que Dios había bendecido con hijos. Quienes en un pasado procuraron nuestra amistad nos dejaron solos. Es cuando decidí ubicarme en la orilla y hacer mías las desesperantes palabras del salmista “A orillas de los ríos de Babilonia estábamos sentados y llorábamos” (Sal. 137:1). Pero hasta allí llegó la presencia de Jesús. El Reino se acercó a nuestra orilla con una palabra de bondad y una mirada de amor restaurador. Cuando la flor de la esperanza se marchitó y de la vida sólo quedaban ruinas, el Reino se acercó.

          La orilla. En Mr. 2:13, el escritor comienza la narración relatando que Jesús se acerca a la orilla. Salió de nuevo por la orilla del mar. Una simple frase que quizás pase por desapercibida revela la realidad del axioma más profundo que la humanidad ha recibido “el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca” Sí, el Reino se acerca al lugar donde quedan confinados los que padecen hambre y sed de justicia: la orilla. Desde este lugar, Dios nos visita para revelarnos la llegada del Reino de los cielos. Para entender esta realidad soteriológica reflexionemos un poco acerca de lo que implica el Reino y su cercanía.

          En el entendimiento acerca del significado de los valores del Reino y su relación con los valores eclesiológicos debemos poner nuestra atención en la figura de Jesús de Nazaret y en el carácter pedagógico y soteriológico de su predicación. El examinar cuidadosamente las palabras y acciones de Jesús a través de los métodos exegéticos de la interpretación bíblica nos permite descubrir la temática cardinal de sus enseñanzas. En  palabras de Joachim Jeremías[2] “la predicación de Jesús acerca del alborear presente de la transfiguración del mundo es una predicación anterior a la pascua; es una predicación que todavía no lleva el sello de la cristología de la iglesia primitiva”. Es por ello, que tomamos como base para el análisis la fuente más primitiva que tenemos: el evangelio de Marcos. La tradición cristiana basada en la hipótesis agustiniana sostuvo que los evangelios sinópticos habían sido redactados según el orden canónico, siendo Marcos un resumen de los evangelios de Mateo y Lucas. No fue hasta finales de s. 19, cuando C. H. Weisse, padre de la teoría de las dos fuentes para Mateo y Lucas, propuso que el evangelio según Marcos era el evangelio más antiguo, de tal modo que Mateo y Lucas dependieron literariamente de él.[3]

          En Marcos, al igual que los sinópticos, Jesús pone el tema del Reino de Dios en el lugar central de su predicación y ministerio. Recorre las aldeas y poblados de Galilea anunciando las Buenas Nuevas del Reino que se acerca. Comenta Rudolf Bultmann que el concepto dominante de la predicación de Jesús es “la realeza divina de reino de Dios”. La llegada del Reino es inminente y está irrumpiendo ahora, ya se siente.[4] Los milagros y exorcismos que acompañan la predicación en Marcos son los signos de la irrupción del Reino en el quehacer histórico-existencial de los seres humanos. Bien comenta Xavier León-Dufour, que el Reino, con su advenimiento anuncia que llega a su fin el dominio de Satanás y de los poderes del pecado y de la muerte sobre los seres humanos. El tema central en la predicación de Jesús es “la basileía” o el Reino. La palabras de Jesús, recogidas, en Mr. 1:15 (ἤγγικεν ἡ βασιλεία τοῦ θεοῦ) anuncian su acercamiento. Joachin Jeremías[5] nos recuerda que el advenimiento del Reino se entiende en un sentido escatológico, ya que proclama el tiempo de salvación, la consumación del mundo y la restauración de la comunión destruida entre Dios y el ser humano. Por su parte, Bultmann argumenta que la venida del Reino de Dios es un suceso maravilloso que ocurre sin la intervención del ser humano, es Dios quien actúa únicamente. Dice Bultmann que el convencimiento de Jesús acerca de que el tiempo de este mundo ha transcurrido y que la soberanía de los poderes demoniacos ha llegado a su final no significa que el reino de Dios está ya presente sino que está irrumpiendo. El entendimiento teológico de la comunidad marcana relaciona íntimamente la llegada del Reino de Dios con el cumplimiento de la hora escatológica donde se anuncia a las naciones que Dios está a las puertas. La cercanía del Reino designa un valor escatológico presente (al menos inaugurado), Dios se ha acercado, está aquí en la persona de su hijo Jesús.

          En el evangelio de Marcos, son varias las imágenes y símbolos empleadas por Jesús para describir al Reino desde una perspectiva escatológica. Además de las palabras recogidas de la cena pascual “no beberé más del producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba de nuevo en el Reino de Dios” (Mr.14:25), se incluyen la parábola de la cosecha que anuncia el tiempo soteriológico, “dan fruto, unos a treinta, otros sesenta, otros ciento” (Mr. 4:1-20); el reverdecer de la higuera que anuncia la llegada de la primavera presentando como imagen metafórica al Dios que crea de la muerte nueva vida (Mr. 13:28); la parábola del vino nuevo (Mr.2:22); el relato de la purificación del templo haciendo eco de las palabras del profeta Zacarías (14:21) y las palabras en la cena eucarística “esto es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos” (Mr.14:24) cumpliendo las palabras del profeta Jeremías “He aquí que días vienen, oráculo de Yahveh, en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza”.

          El evangelio de Marcos nos ilustra claramente cuáles son los valores del Reino que se acerca a la orilla de la humanidad: una mirada de compasión, establecimiento de la justicia, ofrecimiento de vida, poder transformador y un deseo profundo de manifestar su amor hacia la humanidad en especial por los pequeños que sufren marginación. Estos son los valores que deben dar fundamento para el surgimiento de los valores eclesiales vigentes en el corazón misional y administrativo de la Iglesia.

Una mesa junto al camino

          Pasemos a la segunda escena para explorar más a fondo esta hermosa realidad. El mar, la orilla, la multitud de personas y las enseñanzas de Jesús son elementos marcanos que preparan el escenario para el desarrollo del relato del llamamiento de Leví que pone al descubierto el tema central de la predicación de Jesús, las buenas nuevas del Reino que se acerca y el alcance de su dimensión soteriológica. El relato continua: “Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos y le dice: sígueme. Él se levantó y le siguió” (Mr. 2:14). Un vez Jesús se allega a la orilla para enseñar a la gente que le seguía, el autor de Marcos nos narra dos eventos singulares: el llamamiento al discipulado de Leví, hijo de Alfeo[6] (2:14) y el banquete donde Jesús y sus discípulos comparten con publicanos y pecadores (2:15-17). Es posible que estos dos relatos fueran narraciones independientes e incorporados por el redactor final del evangelio quien los integró en una sola historia. Martín Dibelius argumenta que en el texto premarcano existió una conexión entre el relato del llamamiento de Leví, recogida en el verso 14, y la sentencia “no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” del versículo 2:17b. Dibelius consideraba que el relato acerca del banquete al que Jesús asistió en compañía de publicanos y pecadores es una composición de Marcos. Por su parte, Joachim Gnilka[7] sostiene que en la redacción del llamamiento del recaudador de impuestos se observa la congruencia esquemática de los relatos de llamamiento (1:16-20): la mirada de Jesús confronta al elegido con su llamamiento y el discípulo abandona su profesión para seguirle al instante. Dice Gnilka “sigue inmediatamente la llamada al seguimiento”. Haciendo eco del texto canónico exploremos lo que implica el llamamiento al discipulado.

          Leví el de Alfeo, estaba cumpliendo con sus deberes cotidianos. Estaba sentado en el despacho de la recolección de impuestos. El relato del llamamiento posiblemente tiene como escenario un lugar en el camino en la ruta del mar a Cafarnaúm. Allí estaba Leví, sentado junto al camino, llevando en si una tara emocional que le agobia existencialmente a causa de su oficio. En la Palestina bíblica, el publicano era rechazado y odiado por causa de sus labores y la forma en que eran llevadas a cabo. Los publicanos eran recaudadores de impuestos que en su gran mayoría abusaban de su poder cobrando más de lo que la ley les exigía con el propósito de enriquecerse indiscriminadamente. El pueblo los veía con desagrado, a tal punto que eran considerados pecadores. Desde la perspectiva del contexto sociológico (Sitz im Leben[8]) Leví no tenía posibilidad de salvación. Su llamamiento tendría serías implicaciones para Jesús. En palabras de Gnilka[9] el llamamiento de un publicano anticipa el escándalo que vendrá subsiguientemente en el banquete con el resto de los pecadores. Jesús se toma el riesgo y enfrenta el escándalo.

          Jesús confronta directamente a Leví con el llamamiento a seguirle. Al reflexionar acerca de las vivencias significativas me confrontó con el llamamiento que Dios me hace para seguirle. En el año 2000, en plena juventud me desempeñaba como catedrático auxiliar en una universidad privada del país. Había hecho de la academia mi forma de vida. Aunque fungía como maestro de escuela bíblica en la Iglesia donde me desarrollé, una y otra vez rechazaba la invitación de la Iglesia a formar parte del cuerpo de ancianos. La razón, muy sencilla, me había autodescualificado de cualquier vocación ministerial porque se me había enseñado erróneamente que la fe y la razón no pueden coexistir. Después de todo, mi preparación académica en el área de ciencias naturales me lleva a desarrollar una mente crítica, que para muchos es contradictorio con la “vida en el espíritu”. En la universidad me sentía cómodo, no tenía otra cosa en mi mente que culminar los estudios doctorales. Aunque anhelaba profundamente dedicarme al servicio de Dios, no tenía otra opción que sentarme a la mesa junto al camino. Después de todo, no podía cambiar la realidad: mi fe se manifiesta por medio de la razón. Quizás en mi se cumplen las palabras filosóficas de Descartes “pienso, por lo tanto, existo”. En esta experiencia el valor eclesial predominante me descualificaba. Pero, hasta la mesa junto al camino llegó la presencia de Jesús. El Reino se acercó con una mirada sublime, que me confrontó en lo más profundo de mí ser, para hacerme un llamamiento claro e inequívoco: ¡Sígueme! Cuando la flor de la esperanza se marchitó y de la vida sólo quedaban ruinas, el Reinó se acercó nuevamente. Se acercó y me llamó a ser partícipe de este hermoso Evangelio de la paz.

          Sígueme, que palabras tan profundas. Sígueme es un llamado a la obediencia donde el espacio para la reflexión es limitado. Sígueme es una invitación a dejar atrás estilos de vida, aspiraciones, proyectos propuestos, caminos trazados, seguridad adquirida; para mí implicaba una invitación al desconcierto. Sígueme, representa que en esta ocasión será otro quien tendrá el control, no yo. El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer[10], comenta que a la llamada al seguimiento sigue el acto de obediencia por parte del que ha sido llamado. En su reflexión alude que la respuesta de quien oye la voz del Señor no consiste en una confesión de fe en Jesús, sino en un acto de obediencia. Para mí no implicaba la aplicación de heurísticas para la solución de problemas algebraicos o en la elaboración de una disertación intelectual, era un llamado a la obediencia para el cual no me sentía preparado. Bonhoeffer es claro al señalar que Jesús, por ser el Cristo, tiene la potestad y autoridad para llamar y exigir que se obedezca su palabra. Comenta que el llamamiento que Jesús le hace a Leví no es como un maestro sapiencial común en la antigüedad sino como el Cristo, el Hijo de Dios, que anuncia la llegada del Reino. El llamamiento al hijo de Alfeo es otra muestra de las bondades del Reino que se acerca y de la radicalidad y lo revolucionario de sus valores. El llamamiento es simple, deja todo y sígueme. Seguir a Jesús implica adentrarse en un proceso donde lo antiguo queda atrás. Bien lo explica Bonhoeffer al afirmar que en ese proceso existencial-vocacional, el discípulo es arrancado de la seguridad relativa de la vida y ubicado en la inseguridad total, es alejado del dominio de lo previsible y calculable para vivir al puro azar, es alejado del dominio de las posibilidades finitas y lanzado al de las posibilidades infinitas.

          Para mí implicó el dejar de ser confinado de las aspiraciones superfluas para encaminarme a la libertad suprema del Dios que me llama. Al igual que el publicano, el levantarme y seguirle tenía serias repercusiones. Con lo primero que tuve que lidiar fue el hecho de mi personalidad y el proceso de autodescualificación al que había permitido que me sumergieran. A pesar de la enseñanza de la Iglesia acerca de la incompatibilidad de la razón y la fe, por encima de los valores eclesiales, que en ocasiones pretenden definir a quién Dios debe o no debe llamar, el Señor me llamó al ministerio pastoral. Me convocó y respondí por obediencia, sólo por obediencia. En mi mente, hicieron eco las palabras del profeta Jeremías: “me persuadiste, oh Señor, y quedé persuadido; fuiste más fuerte que yo y prevaleciste”. Aun reconociendo en mi un llamado a la pastoral, el cual fue validado y respaldado por la iglesia local, existía una lucha interior en la cual me esforcé por ser menos racional y más “espiritual”. En esa bifurcación existencial interviene la contribución de la experiencia pedagógica del Seminario Evangélico de Puerto Rico.

          El “Seminario” me ayudó a deconstruir el mito y a comprender que Dios me hizo racional para que desde esa realidad pueda alabarle, servirle y ser colaborador en la construcción de su Reino. Para mí el “Seminario” ha sido una experiencia auténtica de formación académica y espiritual. Las experiencias pedagógicas afloraron tan pronto advine a la institución. La primera de ellas, tuvo lugar en el curso Coloquio Uno. En esta experiencia coloquial se habló de las diferencias de personalidad y por vez primera completé una prueba en donde se reafirmaron mis sospechas: soy altamente racional, pero aún así Dios me ama y me llama a ayudarle a cuidar de su rebaño. No obstante, las dos experiencias más significativas no fueron consecuencias del contenido curricular sino de quienes forman parte del “Seminario”. Conforme con el psicólogo ucraniano-canadiense, Albert Bandura existen varias formas de aprender, siendo una de ellas el modelaje. En su teoría del aprendizaje social enfatizó que en ocasiones el aprendizaje es fruto de las observaciones de la conducta de otras personas, quienes sirven de modelo. Afirmando las palabras de Bandura, en el proceso de formación en el “Seminario” descubrí por medio del modelaje de dos de los facultativos que se puede ser académico y a la vez espiritual. Que bendición hermosa y que sorpresa grata, el observar el comportamiento de estos dos siervos de Dios y descubrir que se puede ser académico y a la vez fiel defensor de las verdades doctrinales de la Iglesia. Qué alegría al comprender que se puede ser académico y a la vez carismático en la forma de adoración. Qué enseñanza profunda me regaló el “Seminario” al hacerme comprender que el Reino es inclusivo, hay espacio para todos, cada uno en el lugar donde Dios lo llamó. He aquí un valor fundamental del Reino que se acerca: la inclusividad. En el Reino no hay espacio para la diferenciación y discriminación por motivo de género, raza, sexo, escolaridad o ninguna clasificación sostenida por el ser humano. El Reino llama a seguir en pos de Jesús.

          Esta característica del Reino de Dios se constituye en una vivencia dentro del “Seminario”. En esta etapa de formación he aprendido, a través del compartir con hermanos y hermanas seminaristas de diferentes tradiciones eclesiales, que el Reino de Dios es ecuménico. En el Reino hay espacio para el evangélico, para el católico, para los pentecostales, para los que provienen de las denominaciones históricas así como los hermanos y las hermanas que proceden de las iglesias independientes. En el “Seminario” he aprendido a ser solidario y a respetar las diferencias teológicas de mis compañeros y compañeras y a tener conciencia de lo que significa la inclusividad como un valor cardinal del Reino de los cielos.

La celebración del banquete

          En este recorrido reflexivo acerca de los valores del Reino y los valores eclesiales, nos hemos ubicados en dos escenarios particulares; el primero, junto a la orilla donde la llegada del Reino disipa la niebla y la confusión; segundo, una mesa junto al camino en donde Jesús nos sorprende con un irresistible llamamiento a seguirle. En la culminación de este viaje te invito a ubicarnos en el último escenario: el banquete en la casa. El llamamiento al seguimiento provoca una respuesta impostergable. Marcos nos narra que ante el llamamiento Leví se levanta y sigue en pos de Jesús. Tanto el llamamiento como la respuesta del recaudador de impuestos motivan la celebración del banquete. La impresión es que la cena-celebración tiene lugar en casa de Leví pero la descripción de la perícopa es imprecisa y no es clara acerca de quién era el dueño de la casa. No es seguro si la residencia era del hijo de Alfeo, o de alguno de los discípulos de Jesús, o de alguno de los convidados a la cena. Es Lucas (Lc. 5:29) quien decide despejar la duda aludiendo que Leví habría preparado el banquete en su hogar.

          La importancia de la narrativa no recae en quien fuese el anfitrión sino en quienes eran los convidados. El escenario no podría ser más inusual, en una misma mesa se reúnen Jesús, los discípulos y una serie de personajes, que al igual que Leví, eran considerados pecadores. Jesús al beber y comer con personas que no observan las ordenanzas de la Torá transgrede la piedad farisaica, traspasando la frontera entre lo que es puro e impuro, tema que será trabajado en Mr. 7. Los asistentes a la cena de Mr. 2:15 eran considerados impuros a causa de su profesión o estilos de vida que le impedían observar con rigurosidad la ley judía. Aunque cabe la posibilidad de que algunos de los concurrentes tuvieran una vida inmoral, el pseudónimo de “pecadores” obedecía más a criterios y prejuicios de tipo social que a juicios morales.[11] Veamos algunas de las razones para ello.

          Los publicanos eran subalternos judíos, que se desempeñaban como recaudadores de impuestos irregulares sobre las mercancías que pasaban por la frontera de un país. El sistema de gobierno romano permitía que cada provincia constituyera una aduana regional cuyos pagos de impuestos no iban al tesoro imperial sino a la caja del señor del país. En este caso la perícopa tiene su escenario en la provincia de Galilea cuyas riquezas iban destinadas al tesoro de Herodes Antipas. Los señores provinciales  o tetrarcas recogían los tributos de las mercancías a través de subalternos judíos conocidos como publicanos. Como consecuencia de lo distintivo de su profesión y de las usuras que maquinaban, eran receptores del desprecio y rechazo de sus conciudadanos. La desvalorización era de tal magnitud que se instaba a todo judío observante de la ley a mantenerse lejos de ellos para no ser contaminados por causa de sus impurezas. El sentarse a la mesa con publicanos implicaba un riesgo inexorable. Aquel que compartiera la mesa con estás personas se exponía a ser considerado igualmente impuro. Este es un riesgo que Jesús deliberadamente decide aceptar.

          En contraposición de la acción de Jesús está el reclamo de los escribas farisaicos que censura vigorosamente la inobservancia de las prescripciones de pureza de la ley judía. Aunque la objeción es planteada a los discípulos tiene como destinatario a Jesús. Los escribas farisaicos, representantes del orden religioso, condenan tenazmente el proceder de Jesús y su intención de favorecer a quienes la ley desfavorecía. Comenta Bultmann que la predicación y actos de Jesús como interpretación de la voluntad de la exigencia de Dios es una gran protesta contra el legalismo judío que intenta obtener la complacencia divina mediante el penoso cumplimiento riguroso de las prescripciones de la ley.

          Ante la murmuración de los líderes religiosos Jesús responde con dos estatutos vitales del Reino que se acerca, “no necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal” y “no he venido a llamar justos, sino pecadores”. Para Joachim Gnilka tanto el banquete como las dos respuestas hacen evidente que se abre camino la escatología que enfatiza el carácter soteriológico del mensaje de Jesús como señal del Reino que irrumpe. El llamamiento que inicialmente fue destinado a Leví es ahora dirigido a los pecadores y a los marginados presentes en la cena. Encuentro fascinantes las palabras de Virgil Howard y David B. Peabody cuando sostienen que compartiendo la mesa con los despreciados, Jesús subraya que pertenecen a la familia de Dios.[12]

          Hemos llegado al cisma de nuestra reflexión. Ante las normas y reglamentaciones religiosas la axiología del Reino responde sobreponiendo la necesidad y dignidad del ser humano. He aquí el valor esencial del Reino, su justicia. La justicia como valor trascendental del Reino de Dios arguye que sobre las reglas, los dogmas o los constructos teológicos se encuentra el ser humano y sus necesidades existenciales. Es el ser humano y sus cuestiones el motivo ulterior de la llegada del Reino. Es Dios quien toma la iniciativa a favor de los desprovistos. Es por ello, que Jesús hace énfasis más adelante en la tradición marcana que “el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mr 2:27). Esta acción deliberada de Jesús implica que a quienes no tenían posibilidad de desarrollo pleno les son abiertos un camino de vida. A los pequeños que padecen hambre y sed de justicia les son anunciadas las buenas del Reino de Dios. Jesús abre las puertas del Reino de los cielos a aquellos que la sociedad, y en ocasiones la religión, miran con desagrado o son considerados impuros. Es por ello que los pobres y marginados reciben la invitación del Reino como los pequeños que reciben un regalo (Mr. 10:13-16). Los pequeños reciben el Reino con profunda alegría ya que en Cristo Jesús tienen posibilidad de vida y son tratados con sublime dignidad aún por encima de las disposiciones y tradiciones dogmáticas.

          Aunque desde la perspectiva teórica he sabido de esta gran verdad, no es hasta mi llegada a la iglesia que pastoreo en la actualidad que he podido palpar y desarrollar conciencia de lo que implica, para los menos privilegiados social y económicamente, el recibir las bondades del Reino. Después de ser parte de una congregación con una asistencia promedio de 400 personas y con un presupuesto robusto fui convocado por nuestro Pastor General para fungir como recurso pastoral en una iglesia rural con una membresía promedio de cincuenta personas y un presupuesto exageradamente limitado. El compartir cotidianamente con mis amados hermanos y hermanas de la congregación me ha ayudado a descubrir que en muchas instancias de crisis y necesidades al pobre sólo le queda la esperanza de que Dios pueda hacer algo. Estos pequeños abrazan al Reino con todas sus fuerzas y esperanzas. Gran parte de los feligreses de esta amada congregación son de edad avanzada, cuyos recursos económicos a penas dan para cubrir sus propias necesidades. Otros, por diversos motivos, no han tenido la dicha de alcanzar gran escolaridad. Sin embargo, reciben al Reino con gran gozo y alegría. Abrazan el Evangelio de la paz con tanta esperanza de vida que los imagino sentados en la mesa disfrutando del banquete junto a Jesús. A través de las oraciones y de las expresiones cotidianas, mis hermanos y hermanas en Cristo me han enseñado lo que representa la cercanía del Reino en la vida de aquellos que sufren violencia, hambre y sed de justicia.

          Es en este último escenario que inicia esta reflexión. Al introducir deliberadamente una frase del cuento La receta del curioso de Abelardo Díaz Alfaro resumo el quehacer cotidiano de muchos pequeños que encuentran refugio en Dios, en espera de que los escuche y les haga justicia. Son los desprovistos los que con mayor ahincó se aferran con esperanza y humildad al Reino de Dios y su justicia. Esta vivencia era el motivo de mi reflexión hace más de un año cuando recibo la notificación del lema de nuestra Nonagésima Novena Convención “Una iglesia que se reafirma en sus valores eclesiales”. Esto provocó gran parte de la reflexión que hoy comparto con el lector. No es mi intención en esta meditación pasar juicio sobre las razones de la elección de este lema. Mucho menos dar la impresión de que la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) no tiene claro los valores del Reino. Lo que motiva y dirige la reflexión a través de todo este ensayo es que no perdamos de perspectiva que el Reino es existencialmente mucho más grande que la Iglesia. El Reino es para el mundo. Se acerca al ser humano sin etiquetas o categorizaciones exclusivistas. Incluso en ocasiones los valores eclesiales pueden encontrarse en fricción con los valores del Reino. Esto nos lleva a sostener que han existido momentos, existen momentos y existirán momentos en los cuales la ética del Reino ha puesto, pone y pondrá en jaque a la Iglesia, como en el caso de la perícopa que he analizado. Un jaque, no para declarar un vencedor sino para que la Iglesia se autoevalué constantemente y se confronte con el santo llamamiento que Dios le hace de emular, predicar y practicar la ética del Reino que se manifiesta a favor de los pequeños y marginados de la sociedad.

Conclusión

          Ciertamente existe una relación teológica fundamental entre el Reino de Dios y la Iglesia pero también en ocasiones existe tensión entre ambas. La Iglesia es un extraordinario regalo que Dios le ha dado a la humanidad pero el Reino tiene un alcance mayor a ella. La gracia y la soberanía de Dios se manifiestan en la vida de la Iglesia y están presente en medio de la comunidad de fe. Sin embargo, la gracia y la soberanía de Dios trascienden a la Iglesia. Como hemos visto a través de este ensayo, el Reino es capaz de acercarse a la orilla existencial del ser humano con el desafío de llenar los vacios más profundos. El Reino de Dios es tan radical en sus valores que es capaz de llamar al discipulado a aquellos que las normas o valores religiosos enajenan y marginan. El advenimiento del Reino y su justicia motiva la celebración del banquete escatológico y soteriológico que tiene lugar ahora y cuyos convidados lo reciben con profunda alegría. La ética del Reino que se acerca hace que en los corazones de quienes lo reciben con gran alegría brote la flor de la esperanza aún cuando de la vida sólo queden ruinas. Son precisamente esas ruinas las que el Reino transforma para geminar un nuevo sentido de pertenencia que enfatiza en la identidad de ser hijos e hijas de Dios.

          El Reino de Dios (ἡ βασιλεία τοῦ θεοῦ) trasciende a la Iglesia. Es el Reino mismo la consumación de la misión eclesial. La Iglesia, aunque como institución social tiene sus limitaciones debido a nuestra fragilidad humana, es convocada y llamada a modelar los valores del Reino aún por encima de las construcciones de sus valores eclesiales. No obstante, los pastores y pastoras experimentamos constantemente en nuestros ministerios la tensión que surge entre la axiología eclesial y la ética del Reino de los cielos. En la experiencia ministerial consecutivamente transitamos entre ambos sistemas de valoraciones. Ciertamente, como pastores y pastoras comisionados y ordenados por una denominación, estamos llamados a cumplir con los valores eclesiales que caracterizan a la iglesia a la que pertenecemos. A su vez, estamos convocados y convocadas a profesar una devoción por los valores del Reino que se acerca. Quien aspire al ministerio pastoral tiene que aprender a vivir en esa fricción constante. El reto fundamental consiste en saber cómo vivir en un balance que armonice los valores eclesiales y los valores del Reino de los cielos.

          Esta sublime armonía se hace realidad en la medida en que estemos conscientes de la radicalidad del llamado que el Señor hace a nuestras vidas y las implicaciones que ello tiene. Como consecuencia del llamado de Jesús a seguirle, la Iglesia armoniza deliberada y conscientemente sus valores eclesiales con los valores del Reino. Por lo cual, todas las consideraciones eclesiales, ya sean de índole misional, evangelistica, administrativa, pedagógica, litúrgica o de diaconía tienen que responder integral e intencionalmente a los valores del Reino que se acerca. Por lo cual, la acción reflexiva nos debe motivar a movernos hacia la proclamación radical de que cada día somos una Iglesia que se reafirma en los valores del Reino de Dios.

          Esta verdad existencial también me confronta. Mientras que en un momento de mi vida mi mayor aspiración era alcanzar distinciones en la Academia, la experiencia del llamamiento, los riesgos asumidos al seguir a Jesús, los procesos de formación en el Seminario Evangélico y las vivencias en la congregación que pastoreo me conducen a un nuevo replanteamiento de mis aspiraciones. En esta etapa de mi vida me visualizo como un pastor de la ruralía cuya aspiración es acompañar a los más indefensos socialmente en el proceso de vivir a la luz de los valores del Reino. Ruego a Dios que me de fuerzas para trabajar con dos proyectos fundamentales, los cuales reflejan mi transitar entre ambos sistemas de valoraciones. Primero, el diseñar un programa educativo que propenda en la formación de los líderes laicos para que puedan retomar el proyecto misionero de expansión hacia los pueblos del noroeste, en donde la presencia de nuestra denominación es limitada. Segundo, establecer un centro en donde las diversas iglesias (Discípulos y no Discípulos) del área norte-central del país podamos dar atención y cuidado a deambulantes y drogadictos. Como pastor me ubico moviéndome hacia la orilla pero esta vez para consolar y motivar a los que allí se han ubicado. Anhelo detenerme en las mesas junto al camino para anunciar las buenas nuevas de salvación y motivar a otros a seguir a Jesús. Finalmente deseo acompañar a muchos niños, jóvenes y adultos a celebrar el banquete escatológico del Reino que se acerca.

 

 Referencias

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________ . Para que comprendiesen las Escrituras: Introducción a los métodos exegéticos. San Juan, Puerto Rico: Seminario Evangélico de Puerto Rico, 2003.



[1] Rvdo. Esteban González Doble, “¿Qué nos proponemos alcanzar con esta celebración?” Una Iglesia que se reafirma en sus valores eclesiales (Bayamón, Puerto Rico: ICDC, 2008), 1.

[2] Joachin Jeremias, Teología del Nuevo Testamento, vol.1 (Salamanca, España: Ediciones Sígueme, 1993), 126.

[3] Ediberto López, Para que comprendiesen las Escrituras: Introducción a los Métodos Exegéticos. (San Juan, Puerto Rico: Seminario Evangélico de Puerto Rico, 2003), 144-147.

[4] Rudolf Bultmann, Teología del Nuevo Testamento (Salamanca, España: Ediciones Sígueme, 2001), 42.

[5] Jeremías, 126.

[6] Virgil Howard y David B. Peabody, en su análisis del evangelio de Marcos, señalan que la identificación del quinto hombre llamado al discipulado es confusa en lo referente a su nombre. Aquí se le identifica como Leví, hijo de Alfeo pero en otros relatos (Mr. 3:18) se identifica al hijo de Alfeo con el nombre de Jacobo. Ahí, al igual que los sinópticos Mt 9:9; 10:3 y Lc 6:15 se le identifica a nuestro personaje con el nombre de Mateo. De lo que si no hay duda alguna es acerca de su profesión, recaudador de impuestos, un subalterno de los funcionarios romanos del fisco o de los recaudadores judíos de tasas aduaneras.

[7] Joachim Gnilka, El Evangelio según San Marcos (vol. 1) (Salamanca,  España: Ediciones Sígueme, 2005), 123.

[8] Sitz im Leben es una frase alemana introducida por el erudito bíblico Herman Gunkel  quien desarrolló la crítica de las formas para entender el contexto sociológico de los relatos bíblicos.

[9] Gnilka, 123.

[10] Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia: el seguimiento. (Salamanca, España: Ediciones Sígueme, 2007), 27-45.

[11] Daniel J. Harrington, S.J. “Evangelio según Marcos”,  Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo (Estella, España: Editorial Verbo Divino, 2004), 24.

[12] Virgil Howard y David B. Peabody, “Marcos”, Comentarios Bíblico Internacional. (Estella, España: Verbo Divino, 1999), 1220.

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