Ministerio Educativo con la Niñez

Ministerio Educativo con la Niñez

Dr. Juan R. Mejías Ortiz

«La enseñanza de los niños es tal vez la forma más alta de buscar a Dios; pero es también la más terrible en el sentido de tremenda responsabilidad.»    Gabriela Mistral

          Educar a las nuevas generaciones en la verdad del Evangelio de Jesucristo es una responsabilidad titánica e indelegable de la iglesia. La expresión sapiencial que sirve de antesala, y de alguna manera ofrece dirección a este artículo, nace del intelecto y vocación de la insigne educadora chilena Gabriela Mistral. Al colineal la acción pedagógica y la búsqueda de Dios, la Premio Nobel de Literatura, eleva a don sacramental la tarea docente de quienes aspiran abrir surcos para el germinar fructífero de la niñez.

          Un punto de partida es la reversibilidad de la visión jerárquica dominante en la esfera eclesial. No se requiere de un esfuerzo extraordinario para descubrir que la visión aventajada en la organización, planificación y ejecución ministerial eclesial es adultocéntrica. De esta manera, se piensa en la iglesia como la institución convocada por Dios al servicio de las necesidades de los adultos. El ministerio con la niñez, desde esta perspectiva lacónica, se limita al cuido, el entretenimiento y la diversión. Así, desde el adultocentrismo, se frustra toda intención productiva con la niñez, se corroe el sentido de esperanza y trunca el fluir libre de la intención divina a favor de una niñez cuidada y llena de su Espíritu.

          Una eclesiología adultocéntrica excluye y margina a la niñez, e incluso a la juventud, de la participación activa en la celebración litúrgica. Es común que la tradición organizacional imperante en la mayoría de las iglesias contemporáneas se esfuerza en cuidar y entretener a los niños y a las niñas mientras sus parientes participan de la liturgia, lugar donde sus necesidades son atendidas. Así que, es necesario romper con ese modelo que define el cuidado pastoral de la iglesia. Dicha ruptura trae beneficios.

       La dislocación del dominio del adultocentrismo aleja de la atmosfera el aislamiento congregacional que mira con atención únicamente a los adultos. La decisión deninos descontinuar la hegemonía programática que privilegia sólo a algunos sectores generacionales se alinea a la vocación misional convocada por Jesús. Es que, una iglesia receptiva al poder de la Palabra Encarnada, desarrolla proyectos educativos cónsonos con los valores del Reino de Dios, además, se expande y alcanza nuevas y creativas vías para cuidar y bendecir a la niñez. Urge, entonces, el emerger de un desafío a la estructura de poder que privilegia a los adultos y desatiende a la niñez.

          Un análisis responsable de la iglesia y la niñez debe iniciar colocando bajo estudio el concepto ministerio. El Diccionario de la lengua española indica que la palabra ministerio en ocasiones se utiliza para denotar un cargo, empleo, oficio u ocupación.[1] Sin embargo, más que una función es una responsabilidad sacramental, un sacerdocio. Etimológicamente la palabra ministerio proviene del latín ministerium cuya raíz en el griego es diakonía; esto es, servicio y caridad demostrada hacia otro ser humano, en especial hacia la niñez.

          David Csinos e Ivy Beckwith, en su trabajo, Children’s Ministry in the way of Jesus, extienden la comprensión del concepto al apuntar que, en su funcionalidad, el ministerio naciente del corazón de Dios es constituido para acompañar, amar, cuidar y bendecir al mundo. Así, pues, el ministerio es uno de los testimonios evidentes de cómo Dios ha optado por utilizar al ser humano para plasmar su amor y bendiciones en favor de la humanidad. Esto nos dirige a comprender que el ministerio educativo con la niñez significa servicio intencional e integral a los pequeños. Esta nueva comprensión supone, en términos generales:

  • identificar y atender las necesidades reales de la niñez por medio de programas y actividades innovadoras diseñadas para tales efectos.
  • inclusión y participación activa de la niñez en todas las actividades litúrgicas, e incluso en la toma de decisiones.
  • restructuración epistemológica eclesial que propicie la descalificación del adultocentrismo como el único crisol para organizar, planificar y celebrar las actividades en la iglesia.
  • revisar las metas y objetivos de los proyectos pedagógicos a fin de garantizar la atención adecuada de las necesidades de los niños.
  • redistribuir los espacios y ajustar la asignación de recursos humanos y fiscales con miras a encausar la aspiración congregacional en favor de la niñez.

          Partiendo del pensamiento inicial expuesto por Gabriela Mistral, una negligencia en la tarea con la niñez provoca un desenfoque en la búsqueda genuina del rostro de Dios. Este es el ambiente naciente en la perícopa relatada en el evangelio según San Marcos 10:13-16. En el texto bíblico, Jesús bendice a los niños y a las niñas que se acercan a su persona con entusiasmo e inocencia. El evangelista se esfuerza por contrastar la actitud de los discípulos, quienes bloquean el paso de los niños y sus parientes en su intento por llegar al galileo, y la acción liberadora de Jesús que los invita al disfrute de su cercanía. El pasaje no detalla las razones de la reacción de rechazo de los discípulos. De la misma manera pasa por alto el mencionar que son los parientes, en especial las mujeres quienes traen a sus hijos e hijas ante el Maestro para recibir su bendición. Claramente la reacción e intervención de los discípulos representa la cosmovisión comunitaria dominada por el adultocentrismo. El contexto sociológico del pasaje descubre una valoración inferior de la niñez, e incluso de la mujer, que se enfrentan a la agresividad que valida la hegemonía del patriarcado y del adultocentrismo. Es importante recordar que en el mundo antiguo los niños eran considerados no personas. El pasaje es claro, Jesús está dispuesto a desafiar esa percepción y otorgarles un lugar de preminencia en el reino de su Padre.

         El teólogo  Joachim Gnilka, analizando el pasaje bíblico, advierte que la toma de postura de Jesús va dirigida a corregir el apego de los discípulos a sus prejuicios y privilegios.[2] La acción de Jesús subordina la mentalidad jerárquica del patriarcado, no solo al reinstaurar el paso de los niños y las niñas hacia él, sino que les promete el Reino. A esto Gnilka no vacila en comentar que la promesa del Reino a los niños va en contra del pensamiento teológico de mérito impregnado en una sociedad dominada por la fuerza del patriarcalismo.[3] Jesús, al tomar a los niños y a las niñas entre sus brazos y bendecirlos, manifiesta la intención de Dios en acompañar y cuidar a la niñez. Sencillamente valida que los pequeños y las pequeñas son parte integral en la programación del Reino que se acerca en su persona. En otras palabras, la intervención correctiva de Jesús es liberadora. En primer lugar, revindica a la mujer al recibir a sus hijos e hijas. La confirmación de la actitud de los discípulos sería interpretada como una expresión de desdén hacia las mujeres, cuya tareas principales consistía en el cuido del hogar y de los retoños. Segundo, la acción de Jesús invita a los discípulos a la renuncia de los privilegios y pretensiones que excluyen a los más pequeños del programa pedagógico del Reino.

          Esto nos lleva a pensar que el diseño e implantación de programas educativos dirigidos a atender las necesidades de la niñez es un acto de amor, una acción liberadora. Aflora el servicio a la niñez. De este modo se revindica a los menores considerándolos parte integral de la vida congregacional. El nuevo axioma proclama a la niñez componente fundamental del conglomerado de sectores que forman el cuerpo de Cristo.

           Ahora, para educar con eficacia e intencionalidad como propone Gabriela Mistral hay que estar cerca. En la perícopa de Marcos 10, Jesús, discordante con los discípulos, toma a los niños entre sus brazos y los bendice. De esta manera, los procesos educativos que inhabilitan la empatía, la afectividad y la caridad quedan truncados, a su vez, son declarados artificiales e inauténticos. La pedagogía de Jesús evidencia cercanía. Por su parte, la actitud agresiva de los discípulos desenmascara la problemática eclesial que privilegia la exclusión de la niñez de la común-unión y la común-unidad en el cuerpo de Cristo.

          El ministerio educativo con la niñez se concretiza en la intensión de la iglesia de cuidar y honrar a los más pequeños. Una teología educativa de la niñez tiene un rostro concreto en la mirada esperanzadora de los niños, quienes tradicionalmente se ven inmersos en una educación incapaz de fomentar su crecimiento físico, social, emocional y espiritual saludable. En el mejor de los casos se atiende con ahínco la parte espiritual, descuidando el desarrollo de las otras áreas fundamentales de la persona.

          De la escena bíblica de Marcos 10:13-16 se aprende que toda acción pedagógica transformadora debe dirigir las intenciones eclesiales que favorecen el encuentro de la niñez con Jesús. La iglesia como buen agricultor, cultiva el ambiente con cuidado y amor, estructura el andamiaje curricular para abrir nuevos surcos que reciban la semilla de la Palabra, ara la tierra con el empleo de un variado repertorio metodológico que permita el germinar del fruto deseado, una niñez en Cristo Jesús. El precio de dicha acción es una iglesia responsiva a las necesidades de una niñez que crece y se fortalece, y se llena de sabiduría; y la gracia de Dios es sobre ellos. (Lc. 2:40)

          A través del ministerio educativo con la niñez se decide acompañar a los pequeños del Señor en la construcción de imágenes liberadoras de Dios, se aprende a caminar con el Unigénito del Altísimo y se conciencia en el valor de una vida a los pies del Maestro. No es de extrañar que la literatura sapiencial bíblica declare: Instruye al niño[a] en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él. (Prov. 22:6). La niñez es una planta que crece hasta llegar a transformarse en un robusto árbol cuyas hojas no se marchita por el vigor de la Palabra Encarnada. Parafraseando el Salmo 1:3, la iglesia reconoce que:

[La niñez] será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará (Sal. 1:3)

          En síntesis, el ministerio educativo con la niñez trata con el proceso continuo, sistemático e intencional de cultivar semillas que con gran dedicación se transformarán Pastor y ninosen árboles fértiles para la gloria de Dios y beneficio de un país y de una iglesia que aprenden a ver a los niños y a las niñas con lentes de esperanza. No se debe negar el valor del juego como estrategia educativa que fomenta el disfrute del aprendizaje como aspiración pedagógica. Pero, definir el ministerio con la niñez como entretenimiento y diversión les roba el sano crecimiento en el Señor. Esto es contra producente con la intención divina. Más bien, se antepone y enfrenta al propósito de Dios para con nuestros pequeños. Una iglesia que invierte sus recursos más valiosos para atender las necesidades reales de la niñez construye el Reino de Dios y extiende la cabaña y garantiza la longevidad eclesial.


[1] Diccionario de la lengua española, 22da ed. http://www.rae.es

[2] Joachim Gnilka, El evangelio según san Marcos (Vol. II). (España: Ediciones Sígueme, 2005), 93. [3] Gnilka, 93.