Holocausto indígena en el Caribe: Una mirada crítica a la teología de la dominación

Holocausto indígena en el Caribe: Una mirada crítica a la teología de la dominación

Dr. Juan R. Mejías Ortiz

Introducción

La conquista y evangelización europea en el Caribe es una página muy dolorosa en nuestra historia. No podemos pasar por alto que la consecuencia primaria de la espada y el arcabuz español fue el genocidio de los pueblos originarios en el Caribe. En otras tierras hermanas en Latinoamérica algunas de las poblaciones indígenas lograron sobrevivir, hoy en el Caribe se llora la ausencia del taíno. El propósito de este ensayo es proponer una mirada evaluativa crítica de las argumentaciones e imágenes teológicas usadas para justificar la evangelización de América, en especial las tierras caribeñas. La cristianización a fuerza de espada en las Antillas propicio el genocidio de nuestros pobladores nativos. Lo más históricamente vergonzoso es el hecho que toda la empresa de  conquista y evangelización de nuestras tierras se realizó a nombre de la fe cristiana.

Llegada del europeo ibérico al Caribe

Existía en tierras caribeñas una vasta y riquísima cultura amerindia o taína mucho antes de la llegada del europeo ibérico. Previo al arribo de los conquistadores los pueblos del Caribe poseían un valioso acervo cultural, manifestaban una buena actividad económica centrada en la agricultura y la pesca, establecieron una organización sociopolítica sencilla pero funcional y practicaban libremente sus creencias religiosas.

En su diario el almirante español Cristóbal Colón escribe que a las dos de la madrugada del 12 de octubre de 1492 un marino de La Pinta, Rodrigo de Triana, anunciaba la vista de tierras lucayas o tainas.[1] Horas más tarde el encuentro entre ambas culturas tiene lugar en la isla de Guahananí. Acto seguido, sin consideración alguna hacia los nativos, el almirante toma posesión de la isla, impone las banderas de España, la rebautiza con el nombre católico San Salvador y la reclama como propiedad de los reyes Fernando e Isabel y como tierra para la evangelización de la fe. Desde ese momento se abre el camino para el periodo de conquista y la cristianización forzosa del Caribe antillano y más tarde de toda la América española.

En una carta de Colón dirigida al financista Luis de Santángel se jacta de su gesta escribiendo “donde yo hallé muy muchas islas pobladas con gente sin número; y de ellas todas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho.”[2]  Tomar posesión de las islas sin contradicho conllevó la idea, al menos en la mentalidad de los conquistadores, de un derecho político, militar y económico sobre las “tierras descubiertas”. Esto justificó la posterior ocupación y subyugación de la vida del nativo. Sencillamente se tenía la creencia que las tierras eran propiedad de los Reyes Católicos de España a quienes Dios había escogido para la expansión de la cristiandad.[3]

Desde sus inicios Colón fue claro en sostener el entendimiento de la superioridad española sobre la afabilidad nativa y la carencia de armas. Sin retardar su reflexión sugirió el sometimiento de los indígenas. También enfatizó en la facilidad de la tarea evangelizadora de los nativos. En el diario de su primer viaje escribe:

«Ellos no traen armas ni las conocen, porque les amostré espadas y las tomavan por el filo y se cortavan con ignorancia. No tienen algún fierro, sus azagayas son unas varas sin fierro y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pece y otras de otras cosas… Ellos deven ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto deizen todo lo que les decía. Y creo que ligeramente se haría cristianos, que me pareció que ninguna secta tenían..»[4]

Colón no tardó mucho en ser el gestor de una relación sumamente desigual entre conquistadores y nativos al grado que inhumanamente sembró la idea de su esclavización. Comenta el historiador Jalil Sued Badillo que el lenguaje manejado por Colón apuntaba a la esclavitud como una alternativa inevitable en la conquista de las tierras recién reconocidas. Como resultado de los viajes, continua el historiador, el almirante se convierte en el artífice de una nueva modalidad ideológica impuesta en la América española tejida por la sucesión: conquista, sometimiento y esclavitud.[5]

Los años venideros a los viajes de Colón fueron fuertemente marcados por esta ideología. A viva voz la justificación recayó en el deseo ferviente por promover la cristianización (catolización) de los “salvajes”. Sin embargo, detrás de la intención evangelizadora se escondía la verdadera razón que estaba enfocada en las riquezas habidas en las islas “recién descubiertas” y el deseo de expansión del poder español. Incluso se comenzó a ver la esclavitud como un beneficio económico. La codicia llevó a los conquistadores a someter a los nativos a castigos inhumanos.

Reseñando este evento el teólogo puertorriqueño Luis N. Rivera Pagán observa que desde el primer encuentro entre conquistadores e indígenas “entran en conflictos dos objetivos dispares: la evangelización y la codicia”.[6] Por su parte, el historiador Fernando Picó comenta que los españoles se percataron de la abundancia de yacimientos de oro en La Española (hoy República Dominicana y Haití), al igual que en la isla de San Juan Bautista (hoy Puerto Rico). Esto los llevó a forzar a los indígenas a trabajar largas horas bajo condiciones infrahumanas para lograr la extracción del mineral. La negación a la sumisión y a la esclavitud expuso a los indígenas a caer víctima de cruentos castigos. Consecuencia directa de la explotación del nativo en la extracción del oro y otras tareas como la agricultura provocó la disminución drástica de los indígenas.[7]

Observa Rivera Pagán que la reacción de los Reyes Católicos ante la esclavitud del indígena fue ambivalente. En ocasiones escribieron autorizando la venta de esclavos indígenas y en otras mostraban reparos con esta actividad.[8] Por ejemplo, las historiadoras Blanca Silvestrini y María Dolores Luque señalan que en 1503 la reina Isabel estableció que los indígenas debían de trabajar para los españoles ordenando a los caciques a poner a la disposición de los conquistadores un número de sus indígenas para los trabajos necesarios. Aunque se indicaba que los indígenas debían trabajar como “libres y no sujeto a servidumbres” disponiendo el salario y la alimentación como recompensa, lo cierto es que resultó en un abuso fratricida. Este sistema fue conocido como el “repartimiento de indios”. También surge el sistema de “encomienda” mediante la cual grupos de indígenas eran puesto bajo la supervisión de un clérigo o un militar para que fuesen enseñados en la fe católica. Añaden las historiadoras que bajo estos sistemas se cometieron abusos infames contras los nativos.[9] A fin de cuentas el amerindio se enfrentaba a la fuerza militar española que lo arrancó de su vida sosegada a una esclavitud, a una evangelización violenta en detrimento de su cultura y creencias.

La Teología de la dominación

La crueldad manifestada hacia los indígenas impuesta por la espada y el arcabuz español levantó las voces de protesta de clérigos quienes valientemente condenaban las prácticas cometidas por sus propios conciudadanos. Estas voces proféticas tuvieron que enfrentar el surgimiento de una teología de la dominación que justificaba la evangelización violenta para hacer valer la misión de la Iglesia. En el artículo Romeros de América el teólogo español José Ignacio González Faus es enfático al señalar que la palabra “Dios” es la “más maltratada y falsificada de la historia humana” al permitirse a nombre de ella “cosas totalmente contrarias a Dios”.[10] Esto en referencia a la justificación de la violencia conquistadora española como parte de la empresa de evangelización de los “infieles” indígenas.

González Faus indica que hubo en América “un grupo de obispos que entregaron su vida a la defensa de los nativos contra los conquistadores españoles”[11]. Según el teólogo jesuita este grupo diverso y a su vez minoritario cobra vital importancia en una sociedad que es dominada por la “exaltación imperial hispánica”. Estas voces se levantaron para denunciar la “codicia de los españoles”, además, se atrevieron a pedir perdón a los indígenas por la violencia recibida de los conquistadores.[12]

En España y en América hispana resonaron con fuerza las voces de Fray Antonio de Montesinos, Fray Bartolomé de Las Casas, el obispo Antonio de Valdivieso, el arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo, el obispo Vasco de Quiroga y de otros pertenecientes al selecto grupo de profetas en defensa de los derechos de los indígenas. Una de las primeras voces fue Antonio de Montesinos quien el domingo, 21 de diciembre de 1511 cuestionó desde el púlpito de la iglesia dominica en La Española la legitimidad de la explotación indígena. Ese día predicó:

«¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué auctoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades en que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren y. por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir otro cada día?»[13]

No hay duda de que el sermón produjo frutos en la persona de Bartolomé de Las Casas. Siguiendo la ruta iniciada por Montesinos, de Las Casas envió una carta al rey Felipe denunciando el terrible atropello ocurrido en las “nuevas tierras”:

«el ansia temeraria e irracional de los que tienen por nada indebidamente derramar tan inmensa copia de humana sangre y despoblar de sus naturales moradores y poseedores (matando mil cuentos de gentes) aquellas tierras grandí­simas y robar incomparables tesoros, crece cada día[14] Lo cual visto y entendida la deformidad de la injusticia que a aquellas gentes inocentes se hace, destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa ni razón justa para ello, sino por sola la cudicia y ambición de los que hacer tan nefarias obras pretenden.»[15]

De Las Casas condena la mano cruenta española mientras rechaza vehementemente la imposición de la teología de la dominación. Abogaba por una evangelización pacífica basada en el respeto del derecho de los indígenas. Para él no había nada más estimado que la libertad. Esto lo lleva a predicar la evangelización pacífica. Promulgaba que no había justificación alguna para el sometimiento y la explotación de los indígenas. Incluso llegó a sostener que, si la muerte y la crueldad del indígena era condición para su conversión, mejor era que no se convirtieran.[16]

La voz de Las Casas encontró resistencia en la figura de otro clérigo español Juan Ginés de Sepúlveda. En ambos surgen dos visiones contradictorias sobre cómo lidiar con las circunstancias históricas en América. Como es sabido de Las Casas y Sepúlveda tenían posturas fuertemente encontradas con relación a la actitud de los españoles ante los nativos. Siendo Ginés de Sepúlveda una de las voces más cercanas al emperador Carlos V asumió la defensa de los quehaceres de la conquista en América sosteniendo la noción de la inferioridad del indígena frente al español. Sepúlveda encontró en la idea de la “guerra justa”  la justificación para la cristianización forzosa de los indígenas. Arraigado en sus convicciones e interpretaciones bíblicas consideraba la dominación en América como una obra religiosa y de caridad hacia los nativos. Pensaba que los vencidos en una guerra pasaban a ser servidumbres de los vencedores. Para él la bondad de la esclavitud residía en que los vencedores preferían hacer esclavos a los vencidos en lugar de matarlos, viendo la servidumbre como algo necesario para la defensa y conservación humana. Además, pensaba que por esta razón los vencidos debían renunciar al derecho de la propiedad.[17] De esta manera justificaba el derecho del conquistador sobre el indígena, a quienes identificaba como “bárbaros, incultos e inhumanos”, que al ser vencido queda bajo la subyugación política del conquistador. Entendía que la aceptación de la dominación sería ventajosa para los indígenas al reconocer al español como un ser más poderoso y prudente.

El ensayista Francisco Fernández Buey resume los cuatro argumentos básicos de la ideología de Sepúlveda: (1) la inferioridad de los indígenas; (2) el deber de eliminar las prácticas satánicas y los sacrificios humanos (en referencia a las celebraciones de la cultura indígena); (3) el compromiso de salvar a las futuras víctimas de los sacrificios; (4) y, el deber de propagar el evangelio.[18] En ocasiones el debate giraba en torno a si los indígenas eran criaturas racionales o simplemente “bruta animalia”.

La tensión teológica entre de Las Casas y Sepúlveda llegó ante la Junta de Valladolid en 1550. De Las Casas denunció la ilegitimidad de la evangelización violenta considerándola contraria a las Sagradas Escrituras. Sostuvo que el único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión era superando la falsa doctrina de la superioridad del europeo sobre el indígena y que la verdadera evangelización siempre es pacífica.

La teología de la dominación se encargó de que el evangelio que llegó a tierras indígenas fuera desposeído de su carácter liberador. La herramienta de dominación, además de la espada y el arcabuz, fue el miedo. El Dios de los conquistadores exigía de los nativos el abandono total de sus prácticas y herencia cultural. Estas “atrocidades” según el invasor debían ser sustituidas por un espíritu europeocentrista que imponía el dominio de la cultura de Viejo Mundo. En América el colonizador establece un régimen en contra del nativo que incluye el maltrato físico y psicológico y un menosprecio a su rico y extenso patrimonio cultural. Sin dudas esto también lo experimentaron los esclavos traído desde las costas del África. El día que Colón cambió el nombre de Guahananí por San Salvador lo hizo desde el pedestal de la superioridad de la cultura europea católica, base de toda la empresa colonial. Desde ese momento, según las voces que avalaban la conquista, los indígenas debían ser cristianizados, pero en realidad lo que estaba sucediendo era la europeización del “Nuevo Mundo” y la usurpación de las riquezas de las tierras. La estrategia de miedo logró estigmatizar la cultura indígena a tal grado que se demonizaron las prácticas religiosas, catalogándolas como “ritos salvajes” en menoscabo de las valorizaciones culturales del nativo.

Hoy la figura de Las Casas, Montesinos y los otros “Romeros de América” son reconocidos en la historia como defensores de la dignidad de los indígenas y denunciantes de los atropellos coloniales. Gracias a los escritos de Las Casas tenemos en la actualidad accesos a fuentes primarias para comprender el ardor y la valentía asumida por estos profetas de la fe en el s. XVI.

Holocausto de los pueblos indígenas en el Caribe

El poder de la espada y el arcabuz español bautizaron la cristianización de las “nuevas tierras”. Los ríos de las Antillas que tanto resaltó Colón en su diario se tiñeron de rojo con la sangre taína. Crueldad y servidumbre condujeron al exterminio de los amerindios en gran parte del Caribe. En su carta a Santángel, Colón tiende a justificar la esclavitud introduciendo el mito de los pobladores de la “isla Quaris” o Caribes justo “a la entrada de las Indias”. Según el almirante estos eran “muy feroces, los cuales comen carne humana”.[19] Comenta Sued Badillo que Colón al ubicar a los supuestos Caribes antropófagos a la entrada de las Indias donde están las fuentes de oro sienta las bases para el alegato esclavista como un asunto apremiantemente inevitable para el acceso a las riquezas de las islas, así como para la propia evangelización.[20]

La esclavitud de los indígenas en el Caribe fue avanzando. Como hemos mencionado el repartimiento y las encomiendas suscitaron toda clase de crueldad contra los nativos. La violencia que se generó a nombre del Evangelio no excluyó a mujeres ni a niños. De Las Casas en su famosa obra Brevísima relación de la destrucción de las Indias relata con detalle las prácticas inhumanas acontecidas contra los taínos. Escribe que en 1509 en las islas de San Juan y Jamaica los españoles:

«hicieron y cometieron los grandes insultos y pecados suso dichos, y añidieron muchas señaladas y grandísimas crueldades más, matando y quemando y asando y echando a perros bravos, y después oprimiendo y atormentando y vejando en las minas y en los otros trabajos hasta consumir y acabar todos aquellos infelices inocentes, que había en las dichas dos islas más de seiscientas mil ánimas, y creo que más de un cuento, y no hay hoy en cada una docientas personas, todas perecidas sin fe y sin sacramentos.»[21]

A menos de cincuenta años de la conquista de las Antillas la población taína había decrecido drásticamente. En 1542 se dictaron las Leyes Nuevas en un intento por evitar el extermino definitivo de los indígenas de las islas de San Juan, Cuba y La Española. Observa Rivera Pagán que “el esfuerzo fue inútil y tardío”. Comenta el teólogo que pronto los taínos de estas islas pasaron a ser curiosidades etnológicas del pasado. Sencillamente el choque entre conquistadores e indígenas procuró la aniquilación de estos últimos en el Caribe.[22] Por su parte, Gustavo Gutiérrez insiste que independiente del cálculo que se elija estimar el esfuerzo colonial resultó en una “pavorosa disminución de la población autóctona” o un “verdadero colapso”. Que, además, implicó en palabras del teólogo peruano “la destrucción de las culturas [indígenas], “el trabajo forzado y la opresión” y “la imposición violenta de estilos de vida que les eran ajenos”.[23] En resumen, ya al final del s. XVI era evidente en la mayoría de las Antillas la ausencia del taíno. En palabras de Rivera Pagán la empresa colonial se trató de “un verdadero holocausto indígena”.[24]

Conclusión: Primicias de una teología de la liberación latinoamericana

Las luchas de Montesinos, de Las Casas, entre otros, en favor de los indígenas colocan en el centro del escenario de la reflexión teológica las correlaciones dialécticas entre conquistadores e indígenas, cristianización e imposición, guerra justa y evangelización pacífica, opresores y víctimas, poderosos y explotados, ricos y pobres. Muchos de estos temas han sido tratados en la actualidad por teólogos de la liberación y las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano en especial Medellín 1968 y Puebla 1979. Luis Rivera Pagan citando al historiador Enrique Dussel comenta que la “conversión profética de Las Casas podría considerarse como el nacimiento de la teología de la liberación latinoamericana. Añade que la acción pastoral de estos clérigos se constituye en el punto de partida para una reflexión teológica acompañada por una práctica de denuncia, solidaridad y liberación.[25]

Comenta Gustavo Gutiérrez que tanto de Las Casas como el grupo de clérigos que se atrevieron denunciar la opresión del indígena fueron descubriendo “a Cristo en los pobres flagelados de las Indias”.[26] Hablando de Bartolomé de Las Casas indica que este no se limitó a descubrir una situación, tampoco vio solamente en el indígena a un pobre sino que logró ver a un oprimido o como les llamó “opresos indios”, quienes fueron despojados de sus derechos, víctimas de la codicia y la tiranía española.[27] De este modo va naciendo desde el corazón de los valientes clérigos del siglo XVI una teología contextual, responsiva y liberadora. Estos libertadores asumieron con gran valentía los riesgos de la denuncia mientras abrazan la solidaridad con los oprimidos. Acogieron como suya la defensa de las víctimas. Rechazaron categóricamente las enramadas de la teología de la dominación. Hoy en el suelo caribeño y desde toda nuestra hermosa Latinoamérica retumban las palabras proféticas que desenmascaran el atropello:

«Lo cual visto y entendida la deformidad de la injusticia que a aquellas gentes inocentes se hace, destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa ni razón justa para ello, sino por sola la cudicia y ambición de los que hacer tan nefarias obras pretenden.” (Bartolomé de Las Casas)[28]

Bibliografía

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Sued Badillo, Jalil, “Cristóbal Colón y la esclavitud de los amerindios del Caribe”, Revista de Ciencias Sociales, XXX, n. 1-2 (1991), pp. 110-138.


[1] Cfr. Cristóbal Colón, Diarios de Colón. Primer viaje, p. 397, https://juancarloslemusstave.files.wordpress.com/2014/07/diarios-de-colc3b3n.pdf (revisado por última vez 27/03/2021).

[2] Cristóbal Colón, “Primera carta de Colón (1493)”, Revista Electrónica Perseo del Programa Universitario de Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de México, n. 8, (octubre 2013), http://www.pudh.unam.mx/perseo/primera-carta-de-colon-1493/ (Consultado por última vez, 27/3/2021).

[3] Las bulas de donaciones del Papa Alejandro IV o bulas alejandrinas emiten la decisión del Sumo Pontífice, basado en su potestad sobre todo el orbe como Vicario de Cristo y sucesor de San Pedro, de donar y conceder a los Reyes Católicos de España Fernando de Aragón e Isabel de Castilla la titularidad de las tierras descubiertas “os donamos concedemos y asignamos perpetuamente, a vosotros y a vuestros herederos y sucesores en los reinos de Castilla y León, todas y cada una de las islas y tierras predichas y desconocidas que hasta el momento han sido halladas por vuestros enviados, y las que se encontrasen en el futuro y que en la actualidad no se encuentren bajo el dominio de ningún otro señor cristiano y por descubrirse que estuvieran bajo la sujeción de otro príncipe cristiano” (Bula Inter caetera, 3 de mayo de 1493). Además, insisten en el deber de promulgar la fe cristiana católica entre los nativos. Luego en la bula Dudum Siquidem (26 de septiembre de 1493) se amplían las concesiones dadas a los reyes en la primera bula. De esta manera los españoles justificaban su dominio sobre las tierras de las “Indias”, incluyendo sus riquezas y habitantes como una obediencia al dictamen del representante de Cristo en la tierra en su deseo de cristianizar a las “Indias Occidentales”.

[4] Colón, Diarios de Colón. Primer viaje, p. 399.

[5] Cfr. Jalil Sued Badillo, “Cristóbal Colón y la esclavitud de los amerindios del Caribe”, Revista de Ciencias Sociales, XXX, n. 1-2 (1991), p. 127.

[6] Luis N. Rivera Pagán, “Debates teológicos sobre la servidumbre indígena en la conquista española del Caribe”, en Diálogos y polifonías: Perspectivas y Reseñas, Seminario Evangélico de Puerto Rico, San Juan, 1999, p. 21.

[7] Cfr. Fernando Picó, Historia general de Puerto Rico, Ediciones Huracán, San Juan, Puerto Rico, 2006, 3a edición conmemorativa de los 20 años, pp. 48-51. Picó también observa que la falta de inmunidad de los nativos ante la exposición de los virus contagiados por los españoles es otra de las causas para la disminución paulatina de la presencia taína en el Caribe.

[8] Rivera Pagán, “Debates teológicos sobre la servidumbre indígena en la conquista española del Caribe”, p. 25.

[9] Cfr. Blanca G. Silvestrini/ María Dolores Luque de Sánchez, Historia de Puerto Rico: Trayectoria de un pueblo, Ediciones Cultural Panamericana, España, pp. 76-77.

[10] José Ignacio González Faus, “Romeros de América”, Revista Latinoamericana de Teología, XXXIII, n. 98 (mayo-agosto 2016), p. 123.

[11] Ibid., p. 121.

[12] Ibid., p.122.

[13] Gustavo Gutiérrez, “Texto del sermón de Antón Montesino según Bartolomé de las Casas y comentario de Gustavo Gutiérrez”, Conmemoración de los 500 años del sermón de Antón de Montesinos y la primera comunidad de dominicos en América, 2011, pp. 6-7,  http://www2.dominicos.org/kit_upload/file/especial-montesino/Montesino-gustavo-gutierrez.pdf (Consultado por última vez, 27/3/2021).

[14] Bartolomé de Las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Editorial Universidad de Antioquia, Colombia, 2006, p. 10.

[15] Ibid., p. 11.

[16] Rodolfo Cardenal, S.J., La controversia de Indias y la novedad de Las Casas. Notas de cátedra del autor, UCA, El Salvador, p. 4.

[17] Cfr. Juan Ginés de Sepúlveda, Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, Fondo de Cultura Económica, México, 1986, p.38

[18] Cfr. Francisco Fernández Buey, “La controversia entre Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas. Una revisión”. Boletín Americanista, [en línea], n. 42 (1992), p. 323, https://www.raco.cat/index.php/BoletinAmericanista/article/view/98598/146195 (Consultado por última vez, 27/3/2021).

[19] Cristóbal Colón, “Primera carta de Colón (1493)”.

[20] Cfr. Sued-Badillo, op. cit., p. 127.

[21] Bartolomé de las Casa, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, p. 35.

[22] Luis N. Rivera Pagán, Evangelización y violencia. La conquista de América, Publicaciones Gaviota, Puerto Rico, 4ª ed. revisada, 2020, p. 293.

[23] Gustavo Gutiérrez, Dios o el oro de las Indias. Siglo XVI, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1989, p.12.

[24] Rivera Pagán, Evangelización y Violencia, p. 295.

[25] Cfr. Ibid., p. 437

[26] Gutiérrez, Dios o el oro de las Indias, p. 126.

[27] Ibid., p. 152.

[28] De las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, p. 11.

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