Pastor Dr. Juan R. Mejías Ortiz
Romero, pastor de los pobres: Un análisis a la pastoral de Monseñor
Dr. Juan Ramón Mejías Ortiz
El 24 de marzo de 1980 la solemnidad litúrgica en la capilla del hospital Divina Providencia en Miramonte de San Salvador quedó abruptamente interrumpida. Un francotirador cumplió con la encomienda de segar la vida del arzobispo metropolitano Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez. El cuerpo de Monseñor cayó abatido al suelo, pero sus palabras siguen siendo una antorcha ardiente que ilumina los caminos tortuosos y represivos en que aún viven nuestros pueblos. Días previos a su martirio profetizó “Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Hoy décadas después de su vil asesinato, orquestado por quienes resistieron el llamado a cesar la represión, sus homilías continúan retumbando en las conciencias de una nueva generación que encuentra en ellas dirección pastoral y esperanza. Pedro Casaldaliga, en su famoso poema, le llamó “San Romero de América, pastor y mártir nuestro”. Precisamente este breve ensayo tiene el propósito de recordar la persona de Monseñor como pastor. Es decir, mirar un poco el ministerio pastoral de Romero y su método con la idea de encontrar pistas que nos dirijan hoy a ejercer ministerios pastorales auténticos, liberadores y proféticos a la luz de los valores éticos del Evangelio de Jesús.
Monseñor Romero, pastor de los pobres
Monseñor ante todo fue un pastor comprometido con la liberación del pueblo salvadoreño. Debemos descubrir aquí, aunque sea en forma general, las ideas eclesiológicas, teológicas y cristológicas que guiaron su caminar pastoral, para de una vez, revisar nuestras prácticas y dejar que los pobres surquen las veredas de nuestro peregrinar ministerial.
En el discurso con motivo al recibimiento del Doctorado Honoris Causa conferido por la Universidad de Lovaina fue enfático al decir “voy a hablarles más bien como pastor. Que, juntamente con su pueblo, ha ido aprendiendo la hermosa y dura verdad de que la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos sumerge en él”[1]. Romero hizo del mundo de los pobres su parroquia y el dolor de los marginados el foco de atención pastoral. Constantemente enfatizó que el mundo al que debe servir la Iglesia es el mundo de los pobres.[2] Para él, el servicio a las comunidades empobrecidas podía ser comprendido “como encarnación y como conversión”.[3] Aquí hago un alto para incluir la evangelización como intermediaria entre ambos momentos. Así que en la eclesiología de Romero la Iglesia encuentra el cumpliendo de la misión cristiana en el mundo de los pobres mientras estos la evangelizan. Desde esta dimensión evangélica la Iglesia encarna la misión, es decir, se hace cuerpo y sacramento en el sufrimiento de la gente. Las homilías de Monseñor descubren que él consideraba como una farsa la desvinculación de la praxis pastoral con la realidad del pueblo. Contrariamente enseñó que la vinculación con el sufrimiento de la gente es la única forma de seguir fielmente las huellas de Jesús de Nazaret. En la Universidad de Lovaina señaló “Este encuentro con los pobres nos han hecho recobrar la verdad central del Evangelio con que la palabra de Dios nos urge a conversión.”[4]
Detengámonos un momento para entender el significado que tiene la palabra “conversión” en el pensamiento de Romero. El origen del cambio y la conversión de Monseñor, según Jon Sobrino, está en la persona de Rutilio Grande. Encuentro fascinantes las palabras empleadas por éste al describir la conversión de Monseñor “el misterio más hondo del nuevo monseñor: una irrupción de Dios en un crucificado, su amigo Rutilio, y una irrupción del pueblo salvadoreño, simbolizado en un niño y un anciano”.[5] De modo que de frente al cadáver de su entrañable amigo hizo compromiso a favor de una pastoral radical cuyo norte fue la voz quebrada del pueblo debido al martirio a manos de las fuerzas militares y a la violencia perpetrada por los conocidos “escuadrones de la muerte”. A raíz del cambio y la conversión, floreció el pastor de los pobres. Es esencial dejar claro que esta conversión nunca fue estática y mucho menos sostenida por una espiritualidad escapista. Pero, si se puede argumentar, que el dolor del pueblo crucificado representado en las muertes de Nelson, Padre Rutilio y Manuel fue, sin lugar a duda, la ontogénesis de su nueva mirada pastoral.
Sobrino deja saber que Romero supo vivir siempre en disposición de la conversión como un signo ineludible de su peregrinar pastoral.[6] Predicó Monseñor, “Yo, que les estoy hablando, necesito convertirme constantemente”[7]. Más adelante explica la razón y el alcance de esta confesión pública:
“Si uno vive en un cristianismo que es muy bueno, pero que no encaja con este tiempo, que no denuncia las injusticias, que no proclama el reino de Dios con valentía, que no rechaza el pecado de los hombres [las personas], que consiente, por estar bien con ciertas clases, los pecados de esa clase, no está cumpliendo su deber, está pecando, está traicionando su misión.”[8]
Con esta nueva visión teológica-pastoral, ejemplifica el renacer de una eclesiología, y por supuesto espiritualidad, latinoamericana y caribeña que permite ver, osada y creativamente, a la Iglesia como “comunión, pero ante todo alrededor de los crucificados”.[9]
Esta nueva eclesiología latinoamericana hunde sus raíces hasta el suelo polvoriento en el que vive el pueblo crucificado. Entonces, Monseñor, basado en el Evangelio, cambia el lente pastoral, tomando la decisión trascendental “queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos; que se haga justicia”.[10] La misión pastoral en Romero fue claramente compartida por él:
“Lo que me importa es que el pastor tiene que estar donde está el sufrimiento. Y yo he venido, como he ido a todos los lugares donde hay dolor y muerte, a llevar la palabra de consuelo para los que sufren.”[11]
Monseñor llevó a cabo una pastoral distinta, cercana, viva, compasiva y profética junto al pueblo que tanto amó. En una ocasión señaló “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”.[12] Dándose cuenta de la profundidad de las advertencias del Buen Maestro “Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas.” (Mt 6.24,NVI), optó por los pobres. Aseguró estar bien definido en cuanto a la misión eclesial, así que reclamó a los oyentes “¡Estoy bien definido hermanos! Ustedes son los que tienen que definirse: o con la Iglesia, o fuera de la Iglesia”.[13]
Entonces, nació en él y en toda América, la pastoral del pueblo empobrecido. No necesitó de la muerte para convertirse en el Santo de los pobres. Ante esto pronunció:
“Se trata de algo más profundo y evangélico; se trata de la verdadera opción por los pobres, de encarnarse en su mundo, de anunciarles una buena noticia, de darles una esperanza, de animarles a una nueva praxis liberadora, de defender su causa y de participar en su destino.”[14]
La estrategia primaria de esta nueva pastoral fue el escuchar a la gente y estar con ellos en el sufrimiento. Es recurrente ver fotos en la internet de Monseñor acompañado por el campesinado salvadoreño y en otras le vemos rodeado de niños y jóvenes que celebran con gozo su acompañamiento pastoral. Como Jesús, humildemente permitió a los niños sentarse en su regazo.
Monseñor Romero encarnó la “opción preferencial por lo pobres” adoptada en los documentos de Medellín y Puebla. Aseguró que su “mayor satisfacción y alegría es cuando escucho al pueblo, lo he escuchado en esta semana en diversas manifestaciones, que dicen que les transmitimos esperanzas”[15] Desarrolló una pastoral que se insertó en el dolor cotidiano; es más, hizo del sufrimiento de la gente el lugar para la reflexión teológica y de la denuncia de los males y tormentos nacionales su ortopráxis liberadora. No hay duda de que supo “ver, juzgar y actuar”. Me parece atinada la comparación que hace el biblista José Luis Sicre al poner a Romero de cara a los profetas veterotestamentarios. En palabras de Sobrino, “construyó una Iglesia que se conmovió hasta el fondo con el sufrimiento de los pobres”.[16] Hoy Monseñor nos hereda una pastoral auténtica que denuncia y combate los ídolos que deshumanizan y laceran la dignidad humana.
Monseñor forjó un ministerio pastoral que desenmascaró la religión que con su silencio se alinea y se pone al servicio de las fuerzas opresivas.[17] Creó su propio método dialéctico en donde sabía discernir las distancias entre los pobres y los ricos, el campesinado y la oligarquía, la justicia y la injusticia, la ley de Dios y las órdenes inhumanas, la paz y la represión, el amor y el odio, la vida y la muerte. Encontró en las marcas del pueblo crucificado la esperanza de la celebración pascual del Cristo Resucitado.
Monseñor, una pastoral vigente por la dignidad del pobre
Mons. Romero hizo de la posición eclesial que ocupaba un servicio al pueblo flagelado por la corrupción, la violencia y la opresión. Día a día ofrecía la esperanza y la salvación a los necesitados. Hoy nos enseña que no puede darse la verdadera pastoral sin asumir el riesgo de la defensa de las víctimas. Sobre esto dijo “El compromiso cristiano es muy serio y, sobre todo, nuestro compromiso sacerdotal y episcopal nos obliga a salir al encuentro del pobre herido en el camino”[18] Fue una pastoral sin arrogancia y auténtica, decidora de la verdad en cada predicación. Esto, como a Jesús, le produjo conflictos con las clases sacerdotales, con el gobierno, con el círculo de poder, con los militares, con el Vaticano y con los Estados Unidos. Al igual que Jesús fue odiado por quienes no soportaban las buenas nuevas de un Dios de amor, solidario y fraternal con los marginados. Su palabra disgustó a los cómplices que desde las estructuras de poder disimulaban y encubrían la represión en contra del pueblo.[19] Sufrió en su carne el dolor del pueblo hasta su muerte. Romero hizo Iglesia en el sufrimiento, sembró la esperanza en un pueblo que aprendió a descansar en sus palabras, que remiten a Cristo y solo a Cristo. Romero no fue un político ni un revolucionario, fue un pastor que ante la posibilidad de su martirio anunció “un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”.[20]
Hoy la Organización de las Naciones Unidas celebra cada 24 de marzo el “Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas”. Esta celebración, también, tiene el propósito de honrar la memoria de Monseñor, cuya voz pastoral se ocupó de denunciar las violaciones de los derechos humanos de los campesinos y pobres en su tierra natal. Hoy el tercer aniversario de su canonización, hay que reconocer que el legado del Santo de los pobres y las víctimas de violencia ha dejado de ser regional para ocupar un lugar único en la historia de Latinoamericana y el mundo.
Para finalizar, Mons. Romero vio en los pobres al Cristo crucificado y desde su clamor escuchó la voz de Dios y se reencontró con su sagrado rostro. Hoy como señal de su resurrección adoptamos su método pastoral y nos comprometemos con la defensa del pueblo empobrecido en Puerto Rico y el Caribe antillano; ser voz de los marginados y discriminados en nuestras islas. Estamos dispuestos a asumir su vocación pastoral. Romero alivió sus propios miedos con la utopía escatológica del reino de Dios. Como la joven María en el Magníficat, descansó en que Dios:
Desbarató las intrigas de los soberbios. De sus tronos derrocó a los poderosos, mientras que ha exaltado a los humildes.A los hambrientos los colmó de bienes, y a los ricos los despidió con las manos vacías. (Lc 1.51-53,NVI).
[1] Oscar Romero, “La dimensión política de la fe. Discurso con motivo del Doctorado Honoris Causa conferido por la Universidad de Lovaina”, en Cartas Pastorales y Discursos de Monseñor Oscar A. Romero. Cuadernos del Centro Monseñor Romero, n.18, p.180.
[2] Cfr. Romero, op. cit., p.181.
[3] Romero, op. cit., p.183.
[4] Ibid.
[5] Jon Sobrino, “Monseñor Romero: conversión y esperanza. Otra Iglesia es necesaria, otra Iglesia es posible”, Revista Latinoamericana de Teología, n.80 (2010), p.11. En la masacre del 12 de marzo de 1977, además del Padre Rutilio Grande, fueron asesinados el adolescente Nelson Rutilio Lemus y el anciano Manuel Solorzano.
[6] Sobrino, op. cit., 12
[7] Miguel Cavada, El corazón de Monseñor Romero. Cuadernos Centro Monseñor Romero, n.24, UCA Editores, San Salvador, 2010, p.11.
[8] Ibid.
[9] Sobrino, op. cit., p.5.
[10] Cavada, op. cit., p.11.
[11] Ibid., p.14.
[12] Mons. Romero, Homilía 18 de noviembre de 1979, http://www.sicsal.net/romero/homilias/B/791118.htm (revisado por última vez 28/06/2021).
[13] Ibid., p.22.
[14] Romero, op. cit., p.186.
[15] Mons. Romero, Homilía 16 de julio de 1978, http://www.sicsal.net/romero/homilias/A/780716.htm (revisado por última vez 28/06/2021).
[16] Sobrino, op. cit., p.15.
[17] Cfr. Rafael de Sivatte, “Monseñor Romero, los profetas de Israel y los ídolos: la religión, las potencias extranjeras, las armas, el poder”. En Revista Latinoamericana de Teología, n.41 (1997), p.179.
[18] Mons. Romero, Homilía 2 de abril de 1978, http://www.sicsal.net/romero/homilias/A/780402.htm (revisado por última vez 28/06/2021).
[19] Cfr. José María Tojeira, Homilía en la misa frente a la Catedral de San Salvador, el 13 de octubre 2018, vigilia de la canonización de Mons. Romero, p.2.
[20] Sobrino, op. cit. p.16.