De la Educación Cristiana Liberadora

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DE LA EDUCACIÓN CRISTIANA LIBERADORA

 
Dr. Juan R. Mejías Ortiz
mayo 2013 
 
Jesús les dijo a los judíos que habían creído en él: Si ustedes obedecen mis enseñanzas, serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libre.  San Juan 8:31-32 (TLA)

            La iglesia cristiana ha sido instituida para vivir, modelar, educar y propiciar la libertad. Esta cualidad humana se convierte en uno de los propósitos esenciales del proyecto pedagógico eclesial. Pero, sin un programa educativo sólido e integral cuya aspiración sea el redescubrimiento de la condición de libertad, no aflora la conciencia de haber sido creado a imagen y semejanza divina. El evangelio según San Juan nos invita explícitamente a ese redescubrimiento cuando en labios del Salvador despliega la expresión “conocerán la verdad, y la verdad los hará libre” (Jn 8:32). Este enunciado juanino devela la relación indisoluble entre conocer, verdad y liberación. De modo, que el entendimiento de esta triada nos ubicará en una mejor posición para comprender la amplitud del texto citado y auscultar el fin último de la educación cristiana.

            El evangelista Juan inicia el proceso liberador con la acción de conocer. El conocer está relacionado con la capacidad humana para captar por medio de las facultades intelectuales la naturaleza, las cualidades y el escenario en donde tiene lugar un fenómeno[1]. Aunque en ocasiones se refiere al simple hecho de reconocer una cosa como disímil de las demás, lo cierto es que el conocer está más íntimamente ligado al sentir y experimentar lo distintivo de esa cosa. Dicha consideración etimológica debe dirigir al magisterio de la iglesia a reconocer que los procesos pedagógicos auspiciados por la educación cristiana liberadora deben fomentar escenarios educativos en donde se propicie que el participante emplee sus funciones intelectuales con el fin de percibir, vivir y re-vivir la realidad de la libertad en Cristo Jesús. A su vez, explora lo particular de sus cualidades contrastándolas con pseudo-ideologías que enajenan explícita o implícitamente al ser humano. Esto lo hace una y otra vez hasta que logra diferenciar la libertad auténtica de poderes opresivos que inhiben su fluir. Tal magnitud del descubrimiento del valor superior de la libertad se alcanza por medio de experiencias de aprendizajes que inspiran al educando a valorar, sentir y anhelar la plena dimensión de esta condición humana ofrecida por Dios.

            El autor del cuarto Evangelio inicia la alocución en el plano epistemológico; es decir, acentuando en la capacidad que Dios le ha otorgado al ser humano para entender y apropiarse del conocimiento, superando las ingenuidades y las creencias alienantes y mistificadoras que le apartan de la verdad. Conocer, por un lado, representa adentrarse en un mundo antes desconocido. Este en sí mismo, expone al ser humano ante una gama de posibilidades y realidades previamente insospechadas. Por el otro, ocurre un cambio de dimensiones titánicas, los pensamientos son extendidos, la visión es transformada y los mitos son desafiados. Precisamente estos corolarios constituyen el logro de las aspiraciones fundamentales de la educación cristiana. Ahora bien, hay un obstáculo a vencer: el temor a esta aventura cognoscitiva – espiritual. En otras palabras, el miedo a conocer la verdad que nos conduce a la liberación auténtica. Es menester que el programa pedagógico eclesial se coloque de frente a este astuto adversario para neutralizar la sagacidad de sus artimañas.

            El conocer adelanta y redirige la ruta a la liberación. Como se ha indicado, este proceso evolutivo inicia con el acontecimiento epistemológico. Ella enciende las aproximaciones críticas de la realidad. La misma queda como objeto de investigación y cuestionamiento. Sus conclusiones ubican al ser humano ante un nuevo umbral; uno en donde se autovisualiza como ser creado a imagen de Dios dotado con la virtud de la libertad. De ahí que se pasa de una afirmación epistemológica a un cuestionamiento ontológico: ¿es posible la libertad genuina?, ¿será capaz el ser humano de su disfrute?, ¿tendrá las herramientas que le permitan adueñarse de la libertad como ente propio de su ser?, ¿existirá la voluntad para considerarse como un ser creado por Dios para la libertad? Estas preguntas deben encontrar respuesta en la reflexión de los docentes y en la materialización de sus planes pedagógicos.

            La libertad expresada en el texto bíblico y objeto de la educación cristiana expone al ser humano ante su mayor desafío. Esto es, conocer a Dios como requisito para conocerse así mismo. Nos comenta el reformador Juan Calvino[2] que el conocimiento de Dios y el conocimiento de nosotros mismos se autorrelacionan de manera tal que coexisten. El señalamiento de la teología calvinista subraya que el ser humano por sí solo no puede llegar al autoconocimiento si primero no aprende a contemplar el rostro de Dios. Es a partir del encuentro con la Divinidad que el ser humano prepara el equipaje para emprender el viaje de su propio conocer.

            Este producto de la educación cristiana liberadora lleva al adelanto de una visión creciente acerca del proyecto divino, sus realidades y alcance. Como fruto emerge una persona en ruta continua a la liberación. De ahí, el carácter ontológico y profético de las palabras de Jesús subrayadas en el cuarto evangelio. Primero se conoce la verdad y como efecto se alcanza la libertad. Así que “conocerás la verdad, y la verdad os hará libre”. Ahora bien, la libertad rechaza y combate cualquier sistema de opresión sea de tamaño más amplio o simplemente resinas neocoloniales. Se denuncian y quedan descubiertas las maquinaciones opresivas externas, emocionales y espirituales que orillan al individuo. De ahí la urgencia del desarrollo de experiencias de aprendizaje que estimulen el estudiar nuestras realidades sociales con alta criticidad a la luz de los valores del reino de Dios expuestos en las Sagradas Escrituras y de las necesidades de la comunidad y de los educandos. Así, a través del mensaje de las Sagradas Escrituras, se afirma el proyecto liberador divino. Pero hay una advertencia, la educación cristiana liberadora acentúa la libertad en Cristo Jesús fundamentada en sus enseñanzas y modelaje, no es un llamamiento al libertinaje que deforma este ofrecimiento divino. Por el contrario, es una invitación a la vida en Cristo y al gozo de la libertad verdadera que nos ofrece y que a su vez nos conduce a experimentar las bondades de Dios.

            En la educación cristiana para la libertad y transformación creativa, se diseñan y aquilatan procesos pedagógicos auténticos que inspiran al alumno a construir utopías y a soñar con una mejor sociedad y convertirse a su vez en un mejor seguidor de Cristo. Esto es, permanecer en Cristo Jesús. Para ello, la educación cristiana en si misma se evalúa. Ausculta si ella, en lugar de promover procesos liberadores es el obstáculo primario a superar. Cuando esto último ocurre nos encontramos ante el germinar de una educación cristiana estéril y castrante que encarcela todo rastro de humanidad. Cuando se niegan los procesos liberadores se rechaza al ser humano, sus sueños y posibilidades. Se llega ahí cuando los educadores y las educadoras permiten que los procesos de formación se tornen mecánicos, rutinarios y carentes de significación para los participantes. Es por ello que Thomas Groome[3] bosqueja los tres propósitos básicos a los que aspira la educación cristiana, eje central de toda docencia: (1) educar para vivir el reino de Dios, (2) educar para nutrir la fe, y (3) educar para la libertad. Sin esta última las primeras dos estarían inconclusas. No se puede educar para vivir los valores del reino de Dios sin educar para la libertad. Por su parte, la fe no se nutre si se pretende anular la libertad otorgada.

            La educación cristiana liberadora posee alcances inimaginables. En primer lugar despierta la conciencia y trata con la formación de la identidad del creyente. En segundo lugar, pone de manifiesto la amplitud de la obra de Dios en Cristo Jesús. Se impone una visión utópica y se llama insistentemente a lo humano. La economía del Reino aplasta y desprecia los valores neocoloniales que privilegian al desamor y al individualismo radical que invita a arrollar a los del camino y negar el plan salvífico de Dios. Así se tiene posibilidad de ser más imagen y semejanza del Creador; irrumpe un mesianismo que nos conduce al amor que cura, a la solidaridad que acompaña, a la justicia que denota el valor trascendental del Reino. Las ideologías que fragmentan al ser humano quedan destruidas.

            A pesar de lo antes señalado, ¿estaremos educando para la libertad?, ¿nos interesa la formación de un ser humano con un sentido crítico que abrace la libertad que le ofrece el Evangelio? A pesar de lo vehemente de este llamamiento, en la actualidad en la mayoría de los núcleos eclesiales todavía prevalece la educación para las masas. Este tipo de paradigma pedagógico, propio de las sociedades industrializadas del siglo pasado, está dirigido a globalizar el recetario instruccional de los participantes ignorando sus particularizaciones y necesidades personales. Lastimosamente, las prácticas de la educación bancaria, tan criticada por el educador brasilero Paulo Freire[4], ha cautivado el imaginario pedagógico de los proyectos educativos eclesiales contemporáneos.

            Respondiendo con diligencia a esta problemática es que el acercamiento freireano de la educación nos invita a ir desde la doxa (opiniones o creencias del individuo) a la libertad encarnada por el logos de Dios. Desde el siglo pasado, estudiosos del tema como Lois LeBar[5] han advertido acerca de lo taxativo del enfoque filosófico que prevalece en la educación cristiana tradicional y lo limitado de su repertorio metodológico. La educadora señala que la problemática básica reside en que los esfuerzos eclesiales están más interesados en promover conversos que en hacer discípulos. Es decir, el esfuerzo primario está más enfocado en acciones evangelísticas que se puedan evidenciar numéricamente que en los procesos formativos que robustece el carácter del creyente. El afán eclesial postmoderno por medir sus logros cuantitativamente y por contabilizar el crecimiento de una congregación hacen que la educación cristiana, al igual que otras áreas de importancia como la liturgia y el kerigma (proclamación), pasen a un plano de atención inferior. De modo que un retrato de los programas eclesiales actuales evidencia que se está más preocupado porque las personas lleguen a la iglesia a que permanezcan en ella y crezcan en la fe. El peligro latente es la omisión ministerial del discipulado.

            El discipulado evangélico hace al educando consciente del amor de Dios y cómo ello nos lleva a experimentar la proximidad del más cercano a través de la incursión y solidaridad social. El riesgo de enseñar y aprender el Evangelio de forma correcta es la transformación social y sobre todo el goce pleno de la libertad en Cristo Jesús.

            Finalmente, el estudio de la relación del pasaje de Juan 8:32 y la educación cristiana liberadora invita, en primer lugar, al reconocimiento del valor del evangelio de Jesucristo como poder emancipador. La libertad anunciada por el evangelista conduce a re-experimentar una y otra vez el poder liberador del resucitado, centro del kerigma y pedagogía de la iglesia. Una educación cristiana para la libertad invita al ser humano a ser protagonista de su historia fundamentado en la manumisión ofrecida por Cristo Jesús. De ahí que las acciones, tanto personales como colectivas, que fomentan un ambiente cauterizado quedan confinadas a un mero recuerdo que ha sido transformado por la gracia de la Palabra de Dios. Así brota un ser humano que rechaza el encasillamiento, la cosificación y las acciones que le mitifican para ubicarse en el kairós divino. Un tiempo de perdón y restauración que provoca el conocimiento de la verdad. Este renuevo trae la libertad. Aun así, la caridad divina nos ubica en un conflicto. O se es libre o se niega esa libertad. Esta última ubica al ser humano en una realidad en donde se le estimula a considerarse poco e insignificante. Es en este escenario que entra el poder emancipador de la educación cristiana para la libertad basado en la palabra de Cristo. Esta, por virtud del quehacer del Espíritu Santo, regenera al ser humano. Lo hace libre, lo hace genuino, lo hace caritativo, lo hace solidario, lo hace a imagen y semejanza de Dios.


[1] Real Academia de la Lengua, Diccionario de la lengua española (España: RAE, 2001, 22ma ed.).

[2] Juan Calvino, Del conocimiento de Dios en cuanto es Creador y Supremo Gobernador de todo el mundo. Institución de la religión cristiana, Libro I (Países Bajos: Fundación Editorial de Literatura Reformada, 1994).

[3] Thomas H. Groome, Christian Religious Education: Sharing Our Story and Vision. (USA: Jossey-Bass, 1999).

[4] Paulo Freire, Pedagogía del oprimido. (España: Siglo XXI, 1970).

[5] Lois E. LeBar, Educación que es cristiana. Una introducción a la filosofía de la educación cristiana. (EUA: Patmos, 2009).

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