Pastor Dr. Juan R. Mejías Ortiz
Una reflexión acerca de la educación a distancia y la educación teológica
Dr. Juan R. Mejías Ortiz
¿Por qué no? Fue la respuesta espontánea que salieron de mis labios ante la pregunta de un facultativo acerca del uso de las plataformas digitales como herramientas para la enseñanza teología. En la última década he estado inmerso en la educación a distancia. A lo largo de estos años he tenido la oportunidad de lidiar con docentes que en sus comienzos presentaron reparos con este tipo de modalidad educativa, pero que con el tiempo lograron incorporarla a su bagaje académico. De modo que el propósito de este ensayo es ampliar la respuesta inicial. Esta reflexión debe ser entendida como la aportación de un educador, un maestro, un inmigrante digital, formado bajo el modelo tradicional, que ve el aula como un escenario de aprendizaje, en el cual la interacción presencial es importante; pero que, a su vez, ha inmigrado hacia la exploración y participación en la educación a distancia. Así que esta reflexión no aspira ser la elocuencia de un especialista del tema sino de quien aspira a emular a su Señor y dedicar su vida al magisterio de una forma responsable, siguiendo el modelaje de quien una vez le dijo: ¡Sígueme!
Para no causar engaños, el punto de partida es el reconocimiento de la existencia de la educación virtual. Esto nos obliga a atender con premura la necesidad de adentrarnos en su participación como parte del acervo instruccional que debe tener un maestro y una maestra en la sociedad actual.
La educación es una experiencia para la vida. En su famoso tratado, Democracia y Educación, el psicólogo norteamericano John Dewey delibera acerca del propósito de la educación al acuñar, desde su enfoque pragmático, que esta cualidad innata del ser humano es un proceso de crecimiento a través del cual el educando reestructura sus experiencias pasadas con la intención de añadir significado a las experiencias presentes, y así mejorar su aptitud para dirigir el curso de las experiencias porvenir. Desde esta perspectiva, la educación es considerada el vínculo social por el cual los ciudadanos aprenden y mejoran el acervo cultural heredado, y a su vez, desarrollar al máximo su eficacia social. De ahí que la función de la escuela es que los estudiantes continúen con su desarrollo y crecimiento integral, conscientes en todo tiempo de su responsabilidad con el establecimiento de una mejor sociedad. La escuela, órgano esencial en esta tarea, se vale de las mejores prácticas educativas para alcanzar esta aspiración social.
Continuamente, filósofos, pedagogos, psicólogos y líderes educativos, agregan nuevas innovaciones instrucciones y tecnológicas que amplían el catálogo que engrosan esas “mejores prácticas” en la educación. Las educadoras y los educadores, como parte de su curiosidad innata, están en una búsqueda constante de nuevas y mejores herramientas instruccionales. Las propuestas teóricas en la psicopedagogía expuestas por grandes pensadores y pensadoras del siglo XX, los descubrimientos históricos en la neurociencia, que incide en la psicología del aprendizaje, los avances en las comunicaciones inalámbricas, el surgimiento de la tecnología cibernética, en especial la red internet, y la adopción de nuevas metodológicas en la ciencia y arte de la pedagogía, hacen del proceso de ampliación de las “mejores prácticas educativas” una tarea en evolución cuyas aplicaciones en la sociedad actual son cada vez más apremiantes.
Hoy nos toca vivir en una sociedad altamente tecnológica. Es más, ha sido invadida por los medios electrónicos que amplían el concepto de socialización. De ahí que surgen nuevos vocablos como socialización electrónica, interacción virtual, comunidad virtual, sociedad del conocimiento (aunque en realidad todas las sociedades han sido del conocimiento, sin ello no hubiesen garantizado su existencia), entre otras, que se adentran en nuestra jerga cotidiana, denotando la existencia de la sociedad de la informática. De ahí, pues, surge la posibilidad de la educación a través de los medios cibernéticos. Ahora bien, esta experiencia no es exclusiva de nuestra generación. Desde los inicios de la historia han existidos trazos de la educación a distancia. De hecho, limitándonos a las últimas décadas de nuestra historia, en un primer plano surgen los cursos por correspondencia, más adelante los televisivos, los satelitales, y hasta por circuito cerrado. Todavía más, en el ocaso del siglo pasado los proponentes de la educación a distancia utilizaron la aceleración en la tecnología digital como las comunicaciones por correo electrónico (email), la proliferación del software para uso didáctico y las páginas electrónicas para expandir el radio de alcance de esta modalidad. En la actualidad la telefonía inteligente y las plataformas electrónicas para el diseño de cursos en línea abren las ventanas de nuevas posibilidades educativas. En fin, este acortamiento de las distancias, gracias a los medios de comunicación masivos y a las plataformas sociales en la red, hacen indispensables su uso para propósitos educativos. Por su puesto, con una serie de interrogantes y pautas que discutiré en otro espacio.
La importancia de los medios y recursos disponibles en la red internet abre una gama de posibilidades que el ámbito de la pedagogía debe, como ha estado haciendo, explorar. La pregunta que salta de la cola y se ubica al frente de la fila de interrogantes, es: ¿estaremos experimentando como sociedad un avance sinigual, o un camuflado retroceso que nos dirige al anacoretismo social que niegan el carácter comunitario del ser humano o simplemente estamos ante el umbral de una nueva sociedad? No importa por cual vía se dirija el análisis implica cambios, y los cambios siempre producen roces que tienen que ser atendido con una discusión altamente intelectual, pero a su vez diáfana.
Comenta Thomas S. Popkewitz (1994) que el entendimiento de cualquier concepto de cambio tiene que considerar el análisis de las normas de estructuración de una sociedad. Añade que al hablar de estructuras se mencionan los principios globales y universales que imponen regularidades, límites y marcos que facilitan la comprensión de la ordenación y la práctica del mundo social. La sociedad actual, y por ende el campo de la educación, está pasando un proceso de transición. La reflexión filo-pedagógica de las bondades o desacierto de dicho cambio la dejamos para una reflexión posterior.
Una de las realidades de la sociedad contemporánea es su dependencia de la tecnología virtual y los medios electrónicos para la comunicación e informática. Esto da la oportunidad de pensar la educación considerando la utilidad de los recursos de la web como piezas colaborativas en el rompecabezas que ilustra la complejidad de su función social. Esto implica el reconocimiento de nuevos escenarios que apoyan la formación de las nuevas generaciones. Esto no es de ensueño únicamente. Hay que auscultar críticamente la posibilidad de la utilización de esta modalidad de la educación para fines, aspiraciones o soluciones económicas, fomentando así el resurgimiento encubierto de nuevas manifestaciones de la educación para las masas o educación bancaria como solía describirlo Paulo Freire. Pero, las tecnologías de la información, bien enfocadas y en manos de mentes con conciencia liberadora, pueden convertirse en nuevas herramientas que nos asistan en el proceso de educar a las nuevas generaciones.
El proceso de fomentar la educación a distancia es impulsado por presiones sociales que impactan directamente el quehacer educativo en Occidente. Como bien discute el Dr. Michael Moore, estas se pueden reagrupar para efectos del análisis en:
Dirigiéndonos al final de este breve pensar deseo bosquejar los pilares que debe erigir esta nueva modalidad educativa. La educación tradicional se fomenta en los mismos pilares, ya que estos son patrimonios de la educación sin importar el escenario en donde ocurra. Así la educación se sostiene:
En su carácter epistemológico, más que la somera memorización y aplicación de datos, la educación a distancia y presencial deben fomentar el pensamiento analítico e indagador. Una persona que piensa hace que fluya una fuente de posibilidades para su desarrollo y crecimiento. De este modo, surge un estudiantado que dependa más de su capacidad para la búsqueda y discernimiento de la información que en el recital de datos del docente. Así, pues, un estudiante que piensa discierne, investiga, reflexiona, replantea nuevas y creativas vías de entendimiento, adquiere conciencia de su proyecto de vida y del bien del evangelio de Jesucristo para sí y para los demás.
En conclusión y reconociendo los espacios por llenar en la reflexión acerca de la utilidad y avance de la educación a distancia, la pregunta matriz de este ensayo es, ¿por qué no? Si el uso y la dependencia de la tecnología de la información en el diario vivir es un meme (gen social) de las generaciones más jóvenes, ¿por qué no usarlas en favor de su formación intelectual, social, y en nuestro caso, teológica? Si en la educación informal, la juventud, e incluso los adultos como inmigrantes digitales, hacen uso de los recursos y bancos de información recogidos en la red, ¿por qué no utilizarlos para acompañarles en su crecimiento saludable y no dejarlos a la merced de los mercenarios cibernéticos que alimentan sus mentes con ideas desclorofiladas para la sociedad, y en su lugar, dirigirles para que construyan conocimientos que les permitan el adelanto de una conciencia cívica, ecológica, espiritual, comunitaria para el bien común? Ahora bien, hay que ser cautelosos al momento de adoptar esta y otras innovaciones en el campo de la educación sin pautas filosóficas, pedagógicas, y en el contexto en que estamos, eclesiológicas claras.
En esta segunda década del tercer milenio, pienso con serenidad, la educación a distancia nos brinda la oportunidad de tener otro espacio para dar testimonio de Cristo y afirmar nuestra identidad y vocación ministerial por medio del sacerdocio universal del creyente. Esto debido a que, a través de las plataformas cibernéticas, obtenemos un nuevo escenario para la docencia y la participación activamente en la formación de los candidatos al ministerio, de los líderes eclesiales y del laicado en general, no solo en nuestra Nación, asimismo de los hispanos en los Estados Unidos y de los hermanos y hermanas de América Latina. En síntesis, si logramos desempolvar este espacio de toda acción contraria a los intereses innegociables del Reino de Dios, vuelvo a preguntar, ¿Por qué no?
Referencias
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